miércoles, 11 de enero de 2017

Bancos



     Una temática recurrente en las secciones de cartas al director de los diarios son las quejas de los ciudadanos por la calidad de los servicios que prestan las entidades financieras, o por la evolución de las mismas hacia la deshumanización en su trato. Que si hay que sacar un número para que te atiendan (como en las pescaderías), que si te obligan a ir al cajero automático para hacer una operación, etc.
     Los hados del destino me hicieron presenciar todas esas transformaciones desde dentro, pues trabajé buena parte de mi periplo profesional en este sector, pasando de salir con algún cliente a tomar un café a acompañar a otros al cajero automático y mostrarles cómo realizar una transferencia sin entrar en la oficina. Pero esa metamorfosis hay que enmarcarla en la dinámica que todos hemos “sufrido” en cualquier aspecto de la vida, pues vivimos en una sociedad tecnológica en constante evolución. ¿Acaso no era más humana una tertulia con amigos que los actuales grupos de whatsapp? ¿Recuerdan cuando se podía ir a las oficinas de la compañía telefónica para ser atendido por una persona de carne y hueso en lugar de hablar a distancia con un robot o con alguien de acento colombiano?  La gente compra crecientemente por Internet para menoscabo del pequeño comercio. Tal vez usted esté leyendo esta columna “deshumanizadamente” en una plataforma digital sin  ir al kiosco ni a la cafetería. Hay que sacar número en los bancos, pero también en Correos, en la Seguridad Social y en la Agencia Tributaria. La cosa va por ahí para desesperación de los inmovilistas. La clientela bancaria se está renovando y ya hay  un importante segmento que demanda precisamente poder operar desde casa o en canales alternativos a la oficina  tradicional, la de las colas y los números.
   Lo que quedaba de banca pública se privatizó, y ya como cualquier empresa, actúa con la mira puesta en la cuenta de resultados. Un cajero automático cada vez hace más cosas; trabaja día y noche todo el año, no coge vacaciones ni se da de baja. Es cierto que los cambios han sido rápidos y a la generación más veterana le ha pillado a contrapié. Pero quien no se adapte a esta dinámica y siga añorando tiempos pasados lo pasará mal,  no solo en la cola del banco, porque ninguna empresa pública o privada suele mantener modos y servicios para satisfacer todos los gustos, modernos y antiguos.
     Ocurre que esta evolución general ha coincidido con una coyuntura económica especialmente azarosa donde se han estrechado notablemente los márgenes de beneficios; además, los déficits de regulación oficiales han propiciado situaciones de abuso a los clientes (casos Bankia,  preferentes y últimamente cláusulas suelo), a lo que hay que añadir las escandalosas cifras en indemnizaciones con las que se han marchado a casa muchos responsables de estos desmanes. La aportación de dinero público para evitar la quiebra de algunas cajas mal gestionadas ha resultado grotesca en un panorama de precariedad, desempleo y pobreza sobrevenidos. Este cóctel ha dado como resultado que el financiero tal vez sea el sector que peor prensa atesora en la actualidad, convirtiéndose en el chivo expiatorio no solo de las incomodidades del progreso, sino de muchos infortunios sociales. Pero este es otro cantar.

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