miércoles, 31 de agosto de 2022

Bebés digitales

 

    No hace falta consultar ninguna estadística ni artículo técnico que hable del asunto. Cuando la cruda evidencia afecta de forma plena a nuestro día a día, los argumentos caen por sí solos. He tenido el teléfono móvil en modo parlante aquejado de un incómodo sistema para ciegos, que me ha costado un mundo eliminar. Y esta noche me ha sonado la alarma a las 4:14 a.m. Sí, es que ayer estuvo mi nieto jugando con el móvil del abuelo, igual que hace con la "tablet", los mandos de la TV o cualquier artilugio que tenga teclas. Es fácil ver en el autobús a niños de teta enredando con dispositivos de pantallitas y es de contemplar  la soltura con la que mueven sus deditos, en contraposición a mi torpeza al escribir un wasap, y me recuerdan mucho a mi profesora de mecanografía, que jamás consiguió que usara los diez dedos; de hecho esta columna la estoy escribiendo con mis sempiternos dos índices, ejerciendo el resto de dígitos de inmóviles muñones expectantes.


     Los cuentos ya son digitales, con sonidos e imágenes, y están desbancando a aquella auténtica tradición oral que permitía contar  a nuestros niños, de viva voz, las mismas historias que escuchamos en nuestra infancia. Pero no echemos la culpa a “los tiempos que corren”. Somos nosotros los que ya les ponemos Youtube para que coman o les recompensamos con entregarles la "tablet" para que nos dejen un rato tranquilos.  Y así es como saben poner Netflix antes de decir “papá” o “mamá”. Los sonajeros cayeron en desuso desde que hay esos muñequitos que cantan al apretarles la barriga. Los niños digitales ya no se ensucian con barro, rehúyen que les contemos nada si tienen cerca una pantalla y prefieren ver animales en la tele a presenciarlos en 3D en el campo o en el zoo.  

   Dicen que los países nórdicos van por delante en las tendencias que después prevalecerán en el resto del mundo occidental. Pues Finlandia ya ha eliminado la escritura a mano en los colegios. Al parecer los alumnos que escriben sus textos en el teclado se centran mejor en los contenidos de la terea, constituyendo esa escritura autógrafa una pérdida de tiempo. Aquellos cuadernos de caligrafía “Rubio” se convertirán así en una suerte de arqueología instrumental, y la corrección ortográfica automática evitará aprender de memoria engorrosas reglas de ortografía. ¡Si el padre Antonio Corredor (mi profesor de Lengua y Literatura) levantara la cabeza!



   Al parecer, quienes diseñan el mundo infantil, ya sean fabricantes de juguetes o ministros de educación, tienen una fijación enfermiza por facilitar las pantallas como medio habitual, incluso en las franjas de edad más tempranas, y de nada sirven los estudios que indican que esto distorsiona el desarrollo cerebral, visual, físico y también psicoemocional, además de inhibir la interacción con el entorno desde la curiosidad, la observación y la satisfacción de los descubrimientos.  Por eso hoy ha estado mi nieto jugando a los indios con su abuelo loco, que le ha llevado a ver ovejas y ranas de carne y hueso.