Para nuestros ancestros prehistóricos vivir constituía una aventura plagada de peligros continuos que ponían en riesgo sus vidas diariamente, al no mostrar todavía en la Naturaleza la primacía del género humano, y llegar a la senectud era casi inalcanzable. A medida que la Humanidad evolucionaba, la esperanza de vida creciente era un indicador válido del grado de dominio sobre el entorno. El desarrollo de la medicina, y en concreto la lucha contra las infecciones fueron clave para que los hombres aplacaran numerosos riesgos vitales para llegar a cotas de longevidad jamás soñadas.
Hasta que hemos llegado al siglo XXI, donde la visión economicista del universo está dando lugar a paradojas grotescas. Ahora los riesgos que acechan al género humano no son individuales ni provienen del medio ambiente: se trata de riesgos intangibles con mayor peligro que el oso de las cavernas o la viruela. Se habla de los riesgos hipotecarios, las primas de riesgo, el riesgo-país. La economía es como un alacrán que al verse acosado se clava su propio aguijón como dudosa terapia ante tumores incurables aparecidos dentro del sistema que afectan a colectividades enteras.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) alerta a los estados ante el “riesgo de vivir demasiado”. Por lo visto llegar a 85 años es un peligro para un sistema que no estaba preparado para esta esperanza de vida. “Vivir más de lo esperado”, como textualmente manifiestan sin inmutarse los gurús del Fondo, genera unos graves riesgos sistémicos, para cuyo remedio son necesarias medidas retrógradas que tampoco entraban en los planes del mundo desarrollado: aumentar cotizaciones, recortar pensiones y prestaciones sociales y/o retrasar la edad de jubilación, de modo que los años que cobremos pensión no aumenten. La receta es genial, pues la tendencia es que pronto nos jubilemos con más de 70 años porque la esperanza de vida ha aumentado. Ahora sí que veo yo un riesgo en esto de llegar a viejo, carajo. La otra receta (que ahorremos para la vejez) es quimérica; con la que está cayendo no se le puede decir a un joven de 25 años que meta perras en un plan de pensiones. Y quienes han pasado de los 50 y le ven las orejas al lobo ya no tienen tiempo para crear un ahorro significativo. Estos productos financieros son para un reducido segmento, precisamente quienes por su potencial económico no tendrán problemas en su vejez. El grueso de la población, dependiente de un sistema público de pensiones, es el que está realmente en riesgo por el mero hecho de vivir. Preparémonos, pues, para una vejez más austera sin viajes del Imserso y pagando las medicinas. Y el que pueda, que disfrute de la segunda edad porque seguramente no podrá hacerlo en la tercera. Al final, lo que importa no son los años de vida, sino la vida de los años, como sabiamente dijo Abraham Lincoln, porque la esperanza de vida está dejando de ser un indicador de avance social.
Me alegro haber encontrado tu página a través de Juan Luis. Vamos tejiendo una tela de araña quizás sin tener conciencia de ello. Enhorabuena por tus escritos y aportaciones. Nos seguimos viendo también en internet. Saludos.
ResponderEliminarBienvenido a la blogsfera. Aquí seguiremos mientras el cuerpo y la inspiración aguanten. Un saludo.
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