Son estas unas reflexiones sesgadas que provienen de quien no ha pisado jamás una oficina de empleo. Con el panorama actual ya vamos siendo pocos los que nos levantamos cada mañana para iniciar esa rutina de años llena de actos maquinales que nos depositan en nuestro puesto de trabajo como algo irrelevante. Serán cada vez más escasos quienes sabiendo que el sueldo no faltará a final de mes, puedan afrontar un proyecto de vida acorde con su situación, y pensar en cambiar de coche, dar carrera a sus hijos, realizar viajes soñados e intentar, en definitiva, llegar a la cúspide de aquella pirámide de Abraham Maslow, donde se sitúan las mieles de la autorrealización, inalcanzable paras la mayoría de los mortales.
Porque estar parado es vegetar permanentemente en el subsuelo de esa pirámide, donde solo se lucha por satisfacer las necesidades básicas. La mera subsistencia convierte en ciencia-ficción cualquier otra tentativa de crecimiento personal. El despertar de un parado, y más si tiene obligaciones familiares, debe ser como esos falsos despertares oníricos que nos introducen en una nueva pesadilla, asomarse a un vacío cotidiano que va recomiendo la autoestima como un alzhéimer progresivo que nos incapacita para recordar hasta quienes somos. Las cuentas de un parado son muy distintas a las del empleado: esto para comer, esto para la luz y el agua, y los calcetines para el mes que viene, o mejor, rescatamos el huevo de zurcirlos de la caja de la costura.
Y cuando uno ha escuchado hasta la saciedad en la pasada campaña electoral que todo se centrará en el empleo, el empleo y el empleo, ya duda de que esto tenga alguna solución. Porque las cosas de momento no van por ahí. La paralización casi absoluta de la obra pública redunda en paro más galopante al llevar a la quiebra a las empresas del sector. Cercenar las ayudas a viveros de empleo y riqueza, como las energías renovables es empobrecer el futuro. Eliminar las ofertas de empleo trunca las perspectivas de miles de personas que mudan su etiqueta de opositor por la de parado de larga duración. La rebaja y congelación salarial y la austeridad generalizada reduce paralelamente el consumo; si no se consume no se compra y siguiendo la cadena, el de la tienda, al paro; y quien dice tienda, dice también aerolínea, y aquí ya son cuatro mil de golpe. Parece que solo existe una meta irrenunciable: 4,4 de déficit, esos famosos “deberes” de la profesora Merkel, aunque para llegar a esa emblemática cifra debamos pasar por otra: 6 millones de parados, un 26% de desempleo medio que con seguridad se alcanzarán antes de un año, lo cual implicará un 35% en las regiones del sur. Ningún cambio normativo que reforme las leyes laborales puede absorber una catástrofe social y económica que va adquiriendo proporciones cercanas a tomar las calles. Me parece que hasta ahora la han cagado todos.
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