martes, 17 de enero de 2012

Interinos


     El adelgazamiento de las estructuras de la Administración Pública puesta en marcha por los gobiernos hijos de la gran crisis, afrontado como una dieta salvaje de esas que permiten perder funcionarios en pocos meses para mirarse ufanos en el espejo de Europa, ha hecho aflorar de nuevo aquella figura olvidada del interino, con reminiscencias añejas. Porque no todos los servicios administrativos son susceptibles de ser eliminados de un plumazo con su dotación de personal incluida. La gente sigue enfermando, y los niños y jóvenes continúan necesitando educación de calidad so pena de dirigirnos hacia una sociedad zopenca por mor de la reducción del déficit. De manera que funcionarios o no, alguien debe encargarse de estos servicios esenciales porque la tasa de reposición de enfermos, desgraciadamente, no es del 10% y los niños que van a la escuela son aproximadamente los mismos cada año.
    El interino es, pues, ese ser que, realizando el mismo trabajo, vegeta a la sombra de los funcionarios de carrera en regresión, con cada vez más escasas posibilidades de acceder algún día a un puesto fijo. Los principios constitucionales de igualdad, mérito y capacidad son una entelequia para quienes después de superar unas oposiciones con la máxima puntuación, son etiquetados hirientemente como “aprobados sin plaza” para continuar en el pozo de la eventualidad, sin unos planes claros de futuro. El interino hace mucho tiempo que sabe lo que es eso de la movilidad geográfica y funcional, que ahora se quiere implantar en la reforma laboral como una novedad y un gran avance. El interino tiene que tener siempre preparado su hatillo para aterrizar en cualquier localidad, grande o chica, a veces para quince días, donde los gastos ocasionados pueden superar a los ingresos. El interino actual está desenterrando viejos dichos, como aquel “pasar más hambre que un maestro de escuela”. También los interinos saben lo que es la deslocalización laboral, pues se ven abocados a opositar en otras comunidades o, como los médicos afectados crecientemente por la privatización de hospitales, buscar mejores oportunidades en otros países. Es una fuga de talentos propiciada por una política sin perspectiva que mira más la estadística y el ahorro temporal que la tipología de servicio y la calidad futura, porque, como tantas otras, era una gran mentira que no se iba a tocar la educación y la sanidad públicas.
     Los interinos, la mayoría de los cuales siguen formándose y reciclándose con la ilusión de poder merecer algún día un proyecto de vida estable, no son unos vagos, como ha señalado cierta presidenta de comunidad autónoma aquejada de una parálisis facial con sonrisa de muñeco. Los interinos, aprobados pero sin plaza, con vacaciones pero sin sueldo, son un sufrido colectivo a quien se da cada vez menos oportunidades y que merece erradicar de una vez los tópicos injustos que mancillan su ya precaria existencia.

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