Estaba viendo en pantalla una colección de espléndidos fotogramas de África, después de abrir uno de esos e-mails que inundan cada mañana nuestro buzón de entrada; estos suelo verlos, no así si tengo la sospecha de que son chistes de Zapatero o remedios contra la calvicie con acento argentino, esos terminan, inéditos, en la papelera. Pues admiraba yo la infinitud de las sabanas, la exuberancia de esos ríos umbríos cuyas riberas se funden con el follaje impenetrable de la selva, esas puestas de sol que recortan la silueta coronada de las jirafas y los ritos mágicos de sus habitantes con instantáneas de danzas watusi, las terroríficas máscaras de los nuba y las majestuosas pinturas de guerra de la tribu mursi, de Etiopía. Estas visiones me postraron en una reflexión profunda sobre la evolución humana y el mantenimiento milagroso de formas de vida cuasi neolíticas, de la que emanaban ideas ya añejas sobre antropología cultural y otras enseñanzas en el color sepia desvaído de la época universitaria: de esto escribo yo en el periódico –pensé-.
Pero ¡calla!, aquel nativo que rema frenéticamente por el río Zambeze en su rústica canoa ¿no lleva puesta una camiseta del Barça? Y, ¡anda!, si entre los danzadores con un enorme plato en el labio inferior hay uno que adorna el agujero de su oreja con un teléfono móvil, a modo de manos libres mientras salta… ¡y en aquel otro grupo de guerreros himba hay uno que no porta una lanza, sino un flamante Kalashnikov! Se me fastidió el artículo.
Así que mis reflexiones han girado ciento ochenta grados. Ahora es la globalización (que todavía no sonaba en mi época de estudiante) la que ensombrece la intención de mis musas. Ahora las novelas de Julio Verne leídas en la adolescencia me parecen más ciencia-ficción que nunca, pero en el fondo me alegro de que este gran autor viviera en el siglo XIX. ¿Qué pintaría en la actualidad, donde todos los rincones del mundo no solo están descubiertos sino alienados y desvirtuados por la civilización hasta extremos grotescos? ¿Qué romanticismo hay en el nativo de una apartada tribu africana que inhala pegamento? ¿Qué sentido tendría para Amundsen la búsqueda del polo sabiendo que hay submarinos nucleares capaces de llegar en horas? ¿Y el descubrimiento de las Fuentes del Nilo, cuando pueden verse en casa con el Google Earth?
Me adhiero a quienes hacen abstracción del progreso para valorar en su justa medida los méritos de nuestros antepasados, que habitaron una Tierra realmente virgen. Admiro a quienes organizan expediciones al polo con perros, se adentran en la selva “a pelo”o escalan ochomiles sin oxígeno. Tanta globalización y tanto progreso termina por asquearme cuando queda patente la desaparición de lo auténtico. ¿Que quién me gustaría ser? El doctor Livingstone, supongo.
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