¿Se acuerdan ustedes de aquellas nostálgicas serpientes de verano? Sí. Era cuando los estíos trascurrían absolutamente secos de noticias, como si de nuestros enjutos afluentes fluviales se tratara. En aquella quietud informativa con todo el mundo de vacaciones y sin oscilación alguna que llevarnos al desayuno (porque no existía la prima de riesgo ni Cristo que lo fundó), el ambiente era propicio para el avistamiento le leonas perdidas en las proximidades de nuestros pueblos o ciudades; Europa estaba por ahí arriba y el mundo más allá todavía, encapsulado en asuntos lejanos porque eso de la globalización todavía no se había inventado; y los periodistas de guardia deambulaban, libreta en mano, ávidos de alguna noticia que llevar a las maltrechas páginas de los periódicos, aquellos en blanco y negro que manchaban el dedo que guiaba nuestra titubeante lectura.

Pero se revuelven en sus tumbas quienes a lo largo de las décadas emplearon todos sus desvelos en ofrecer a sus descendientes un paisaje urbano acorde con la tradición y la Historia. Me consta que entre los ediles actuales hay alguno que conoce quien fue Sanguino Michel, Publio Hurtado, Antonio Floriano, Ortí Belmonte, Muñoz de San Pedro, Alfonso Díaz de Bustamante, Carlos Callejo o Antonio Rubio. A otros les sonarán a calles. Pero en los tiempos en los que vivieron esos personajes no eran necesarios planes especiales ni documentos urbanísticos a los que aferrarse para justificar actuaciones de dudosísimo gusto. Bastaba con una sensibilidad hoy perdida entre la ñoñería política y el protagonismo cateto.
Nada que objetar al graffiti, que es un arte urbano, pero en otros espacios. Un respeto a los profesionales que diseñaron esa obra que jamás contempló tales adornos. Y, sobre todo, seamos consecuentes y respetuosos con los legados (incluso visuales) que no nos corresponde alterar.