Cada vez que cae en mis manos el análisis de
algún sondeo, suelo sentir la pequeña frustración de no haber participado en
el mismo, siendo los datos que aparecen
contemplados con la lejanía de un preso leyendo el periódico en su celda. Dado
que figuro en los listines telefónicos,
y que las muestras manejadas por los
organismos demoscópicos suelen ser muy amplias, con frecuencia me he preguntado
cómo sería posible que no me hubiera “tocado” ya ser entrevistado. Incluso he
llegado a sospechar si las cocinas no llegarían también a sofreír los universos
estadísticos.
Pero miren por dónde, hace unos días recibí
una llamada en el teléfono fijo (ese artilugio de otra época que solo sirve
para que alguien con acento sudamericano intente que cambiemos de compañía), y
una voz femenina me dijo: “Buenas tardes, le llamamos de Sigma Dos, estamos
desarrollando una encuesta sobre el proyecto de la mina de litio San José de
Valdeflores en Cáceres; ¿le importaría contestar a unas preguntas? Solo serán
unos minutos”. El sentimiento de alegría inmensa que experimenté hizo añicos mis atávicos prejuicios y
sospechas perversas. ¡Las encuestas existían de verdad! “Por supuesto”, respondí,
y cogí esa silla que siempre anda por ahí estorbando. “Bien, muchas
gracias” -prosiguió mi
interlocutora- para empezar, ¿me puede
decir su edad?”. Una vez que hube satisfecho su curiosidad sobre el dato, que
sé que es un parámetro importante en las muestras, sucedió un inesperado
silencio. “Disculpe, estoy comprobando los datos… ya tenemos suficientes
opiniones registradas en su tramo de edad, ¿no habrá en el domicilio alguien de
18 a 59 años?”. Contesté: “Pues no, mire usted, los hijos ya marcharon”, a lo que
respondió mi fallida entrevistadora: “bien, en ese caso le agradecemos el
interés mostrado. Que tenga usted un buen día”.
No tengo un espejo junto al teléfono, pero mi cara al colgar sería muy parecida a la que puso Pepe Isbert en “El verdugo” cuando le dijeron que tenía que ir a una ejecución en Zaragoza. Y de esta forma abrupta terminó mi recién estrenado idilio con la demoscopia. Por la noche soñé que iba al colegio electoral, pero en la mesa me dijeron: “lo sentimos, ya ha venido a votar mucha gente”. En fin, siempre creí que cuantas más personas contestaran a una encuesta más fiable sería.
Después hemos conocido los ítems (más bien tendenciosos, ¿quién no desea que baje el paro en Cáceres?) de esta encuesta concreta, el orden sibilino en el que eran presentados y hemos sabido además que muchos encuestados eran foráneos. Total: al parecer el resultado del sondeo va en dirección favorable a la implantación de la mina. Yo estudié en mi juventud estadística descriptiva e inferencial, ciencia pura para el apoyo a hipótesis experimentales. Pero entonces no aprendíamos que la ciencia tiene otros usos utilitaristas y espurios, que quienes encargan los sondeos ya tienen un resultado previsto; que las empresas demoscópicas suelen aderezar inferencias en sus cocinas siguiendo los intereses de quien les paga; que la verdad estadística es fácilmente manipulable. Que lo que se pretende, en definitiva, es crear estado de opinión en lugar de analizarlo. Eso nos lo ha ido enseñando la vida… y el profesor Tezanos.