Hoy tenía previsto hablarles de las
primarias del PSOE, como no podía ser de otra manera, concretamente sobre la
mentira en los avales, pero los flujos informativos establecen en cada momento
aquello que es más trascendente. Por desgracia, la muerte suele ser siempre más
trascendente que cualquier otra cuestión noticiable, de ahí que una vez
compuesta la columna me haya resultado frívola. En esta ocasión, además, la
barbarie terrorista absolutamente desnortada ha elegido un objetivo fácil, tan
fácil como una aglomeración de niños y adolescentes que salían de un concierto
en el Manchester Arena. Ya no se trata de atentar contra policías o fuerzas de
seguridad, lo cual podría interpretarse como un objetivo terrorista que
representa el poder de los estados contra los que se lucha; tampoco se mata por
venganza contra quienes han blasfemado gravemente contra el profeta en unos
dibujos publicados, como acción ejemplarizante contra los enemigos de su
civilización. No. Ya es una cuestión meramente aleatoria donde el único
objetivo es matar, donde más fácil sea y donde más víctimas puedan causarse de
una sola tacada, sean adultos o solo niños. Buscan sencillamente el miedo.
Lo realmente frustrante de todo esto es el
convencimiento de que la sociedad occidental no dispone de recursos para luchar
contra esta brutalidad. El enemigo es invisible, puede ser el vecino del quinto
o cualquier chalado que ha visto en Internet cómo se fabrica un artefacto
mortífero. Con toda la tecnología desarrollada en armamento durante muchas décadas,
ahora resulta que no tenemos armas para esta lucha y nos vemos como si
solamente dispusiéramos de una catapulta contra misiles autónomos. El enemigo
ya no solo está en los desiertos de Oriente, sino en las cabezas de sabe Dios
cuánta gente aquí, entre nosotros.
Reflexionando sobre esta frustrante
realdad viene a mi memoria un concepto
tratado en mis tiempos de estudiante de Psicología, llamado “indefensión
aprendida” y que desarrolló Martin Seligman con su famoso “experimento de
Milgram” (que hoy no se realizaría por cuestiones éticas y sensibilidad hacia
el maltrato animal). Un grupo de perros de control fue sometido a descargas
eléctricas discrecionales que podían detener accionando una palanca, mientras que otro grupo
experimental padecía las descargas sin posibilidad de escape, pues la palanca
no causaba el cese de la corriente. Cuando a estos últimos perros se les dio
oportunidad de escapar de las descargas accionado el dispositivo, se comprobó
que permanecían agazapados asumiendo estoicamente el castigo: habían
“aprendido” la indefensión.
Algo parecido puede que esté pasando en
las sociedades occidentales: acostumbrarnos al miedo y asumir estos actos
brutales como parte de las eventualidades de los tiempos, como un accidente
ferroviario imprevisto que tiene lugar sin posibilidad alguna de previsión. Si
esto finalmente toma carta de naturaleza, estaremos realmente ante uno de los
mayores naufragios de la Humanidad: la constatación de que hay una guerra
imposible de ganar. Por eso desarrollar ignotos antídotos que eliminen la
posibilidad de que se perpetúen estas masacres se me antoja uno de los
principales retos actuales del hombre.
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