miércoles, 22 de noviembre de 2017

Ecos extremeños



Todavía resuenan en la Plaza de España madrileña las voces reivindicativas extremeñas, unísonas y sin fisuras, esos ecos infrecuentes que no transcendían al exterior desde los tiempos de Valdecaballeros –y aun entonces las voces de protesta no fueron unánimes, como tampoco lo fueron cuando aquello de la refinería-; porque el extremeño es paciente y sufrido, escasamente propenso a tomar la calle con una bandera, y cuando eso sucede debe tratarse de la respuesta a un agravio insostenible. Esa línea discontinua que delimita en el mapa extremeño los términos provinciales y comarcales se torna imperceptible hasta desaparecer cuando el ultraje continuado que hace hervir a toda una región transciende adoptando resonancias globales. Nosotros no tomamos las plazas para reivindicar una ruptura, como hace ese “hermano mayor egoísta a quien se dirigen ahora todas las miradas”, en palabras de Jesús Sánchez Adalid. Al contrario: nosotros queremos más integración a través de unas vías de comunicación dignas y propias de los tiempos actuales. Y por eso es tan importante que en los ecos del 18N se mantengan íntegras e implícitas todas las energías que nos hagan fuertes como pueblo, pues es claro que no solo necesitamos un tren digno.
   He releído el párrafo anterior. Parece sacado del texto de algún regeneracionista de finales del XIX, de aquellos que plasmaban sus anhelos en la Revista de Extremadura, cuando Carolina Coronado ejercía su madurez poética y se culminaba el plan de ferrocarriles de Sagasta. O del discurso de Meléndez Valdés en la inauguración de la Real Audiencia extremeña en 1.791. ¿Es que siempre vamos a estar igual?
   Pero lo cierto es que doscientos años después Extremadura sigue necesitando perentoriamente proyectarse al exterior, al resto de España y a Europa reafirmando una transformación integral de la región en la que han estado involucradas muchas generaciones de extremeños, y ya es hora de ver algún resultado. Si las cosas se hacen con verdadera convicción y existe respuesta a nuestras justas demandas, estamos en buena situación para congraciarnos con nuestro propio designio –es lo mínimo que cabe esperar del estado autonómico-, ese que tantas veces nos fue esquivo y que se perdió anodinamente entre los recovecos de la intrahistoria. Esta debe ser una lucha diaria donde no hay que dejar nada al albedrío caprichoso de la suerte, que tradicionalmente fue adversa a los extremeños. En esta convicción colectiva deben unirse aquellos dos conceptos integradores de un proyecto común de los que hablaba Unamuno: el paisaje, encarnado por todos los legados naturales, culturales e históricos que atesora Extremadura, pero también el paisanaje, ya afortunadamente libre de aquella sombra estéril y trasnochada de localismos que tanto daño nos hicieron.
   El 18N debe simbolizar una cita permanente donde nos convocamos a nosotros mismos, donde convergen los vientos de las dehesas de Tentudía y los valles recoletos de la Vera, el sabor arcaico y áspero de las Hurdes o los vahos productivos del Guadiana. En este siglo XXI debemos lograr ese alzamiento telúrico definitivo que nos encumbre a todos a la vez. Y para ello se demuestra que la unidad es el principal activo, lejos de la debilidad inherente a esa fragmentación partidista que elimina todos los ecos. Vuelvo a releer y me transporto de nuevo siglo y medio atrás. Mecachis.

No hay comentarios :

Publicar un comentario