miércoles, 1 de noviembre de 2017

Acoso sexual, Freud y posmodernidad



     A todo bien nacido le produce repugnancia conocer casos de acoso/abuso sexual contra mujeres por parte de personajes que se valen de su situación preeminente, de ventaja o influencia, como una versión posmoderna del derecho de pernada. Y, curiosamente, a menudo ese asco se ve acentuado al contemplar el rostro del presunto acosador, como es el caso del magnate de Hollywood Harvey Weinstein, cuyo aspecto de verdadero cerdo sería claramente incriminatorio en cualquier rueda de reconocimiento.
     El hecho de que estas conductas tengan lugar habitualmente en nuestros días y en sociedades aparentemente liberadas de los corsés morales  que en otras épocas podían explicar como escape tales comportamientos, debe llevarnos a una sosegada reflexión acerca de qué ocultos motivos están detrás del acoso sexual moderno en cualquiera de sus escenarios: laboral, educativo, deportivo, doméstico, etc.
    En España, cuyas estadísticas en este problema social no son más halagüeñas que en otros sitios de nuestro entorno cultural, ya hace tiempo que dejamos de ir a Perpiñán para contemplar en el cine –perdón- culos y tetas con los que poder alimentar las fantasías sexuales que negaba la censura y condenaba el púlpito. Décadas después es verdad que se ha descastado bastante el piropo soez, por ejemplo, pero no otras actitudes verbales o físicas de carácter sexual que vulneran la dignidad de la mujer y que son consideradas ofensivas y no deseadas. Por tanto, debe existir algún factor atemporal que no se correlaciona con la represión, causante de la perpetuación de estas conductas en ambientes libres. Ya Sigmund Freud en los albores del psicoanálisis hace más de cien años desarrolló la “teoría de la seducción” basada en experiencias de abuso sexual en la infancia o simples recuerdos reprimidos (fantasías inconscientes) de episodios no reales como  posible origen de estas  neurosis obsesivas sobre el sexo en distintos grados, donde también estaría el acoso. Pero como las teorías psicodinámicas están muy desacreditadas conviene buscar otras causas. He leído por ahí que la vestimenta femenina, intencionadamente sugerente muchas veces, puede estar detrás de algunas de estas conductas, si bien estadísticamente parece que tampoco se cumple (y aunque así fuera no sería justificable). Citaba antes esa posmodernidad cargada de individualismo, que sobrepondera el presente, el instante y el hedonismo. Vivimos en una sociedad que rinde tributo al cuerpo y al placer, y todo esto tiene sus efectos colaterales.
      Parece claro que teniendo la sociedad además una marcada cultura de género asimétrica o dicho más claramente, machista, estamos ante un fenómeno  pariente próximo de la violencia de género,  donde solo la evolución del grado de rechazo social es capaz de minorar la prevalencia. Por consiguiente conviene mucho denunciar en el momento, no contarlo cuando han pasado siete años, y no asumir que esto es una manifestación normal de la testosterona. Machos y hembras habrá siempre. Hay que ir más rápidamente hacia una cultura de rechazo y sanción social, y si la mejor fórmula es la coercitiva, pues adelante: el código penal debe intimidar más a acosadores igual que debería suceder con los pirómanos.

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