“Haced cada día todo lo que esté a
vuestro alcance para que el bien derrote al mal en las urnas el 21 de
diciembre. En pie, con determinación y hasta la victoria”. Este es el tuit
híbrido que contiene una simbiosis imposible entre el pensamiento de San
Agustín y el del Che Guevara que Oriol Junqueras (que tiene cierto aspecto
clerical y comedido tono de homilía) escribió camino de la cárcel de Estremera
antes de que los funcionarios de prisiones canjearan su teléfono móvil por una
bolsita con útiles de aseo personal.
En esta escueta meditación está resumida,
sin embargo, la situación práctica en que el independentismo ha convertido a la
realidad catalana. Una dualidad simplista y empobrecida entre buenos y malos,
entre demócratas y dictadores, entre víctimas y verdugos, entre oprimidos y
tiranos. Esto se ve reflejado hasta en la calle, que una vez es tomada por los
buenos y otra por los malos. Hemos llegado a un punto de inflexión ya casi
exento de las famosas “equidistancias”. Están desapareciendo velozmente los
discursos ambiguos que jugaban con dos barajas ante la amenaza dialéctica del
“estás conmigo o contra mí”: ahí tenemos a los “comunes” y facciones podemitas
ya sin la careta ventajista de la vaguedad y el rodeo, y que han optado por
nadar en lugar de guardar la ropa ante la imposibilidad de hacer ambas cosas.
Resulta que la política se reducía a esta universal dicotomía taoísta, decadente aplicada a la sociedad: el yin y el
yang.
Y han terminado eclosionando ya los temidos
frentes antagónicos que fagocitan
vorazmente a los matices y las visiones pluralistas que podían aportar riqueza
al diálogo y a la acción política democrática, al menos por la parte del
“bien”: indepes, anticapis, podemitas y comunes prestos a ser un solo bloque (pre
o post) electoral en un batiburrillo contra natura donde se entremezclan
izquierdas y derechas, republicanos, activistas antisistema con burgueses
capitalistas. Por lo visto la política en aquella esquina de España solo tiene
ya el objetivo sublime e irrenunciable de la escisión ante el cual importan muy
poco el resto de decisiones encaminadas a afianzar la convivencia, aquellas que
se refieren a la lucha contra la desigualdad, las medidas para mejorar la
calidad del empleo, el futuro de la sanidad y las pensiones, o los cimientos
del bienestar, aspectos estos sobre los que jamás se pondrían de acuerdo estas
incompatibles “fuerzas del bien”. Ha resucitado la vieja filosofía platoniana
de que el Bien es la idea suprema, mientras que el Mal es solo la ignorancia,
contra la que hay que luchar. Incluso la visión de Aristóteles es perfectamente
válida, pues consideraba una acción buena aquella
que conduce al logro del bien del hombre o a su fin, por lo tanto, toda acción
que se oponga a ello será mala.
Con este panorama las
fuerzas constitucionalistas del mal están expectantes, frotándose los ojos ante
esta irrupción deplorable de maniqueísmo político y filosofía dualista que
elimina todo punto de vista capaz de generar entendimiento, donde son tan aprovechables
los postulados de Santo Tomás como los de Krishnamurti o Nietzsche.
Así se escribe hoy la política en Cataluña. Así habló Zaratustra, digo Oriol
Junqueras.
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