Un meritorio reportaje de Miriam F. Rua publicado en este diario en días
pasados nos pone al corriente de la interesante iniciativa llevada a cabo en
varias escuelas de Badajoz, consistente en convertir los recreos y los patios
de los centros educativos en espacios interactivos fomentando la creatividad,
ante una aterradora evidencia: los niños se aburren en el recreo, no saben
jugar.
Mucho se ha escrito sobre este lamentable fenómeno achacable al
vértigo de los tiempos y al advenimiento de la era tecnológica; y no escasean
los estudios científicos experimentales que ponen de manifiesto las
consecuencias perniciosas de la falta de socialización en los niños. Sin
embargo esos estudios se quedan en la pura
teoría y son muy escasas las puestas en práctica de programas de actuación como
el que nos ocupa, que lleva por nombre “el patio de mi cole es particular”.
Enhorabuena a los promotores.
La ciencia dice que los juegos
infantiles –los tradicionales, los que animaban antaño recreos, calles y
parques- son imprescindibles para el desarrollo físico y la maduración
biológica, para fomentar la interrelación con iguales, para saber adaptarse a
las normas y valores de un grupo, para aprender a trabajar en equipo. El juego
favorece el desarrollo de habilidades de socialización, enseña a
compartir y a adquirir roles. Si nos fijamos, son requerimientos absolutamente
necesarios para progresar sin sobresaltos en la vida misma cuando la
adolescencia y la adultez sustituyan a las etapas infantiles y haya que
enfrentarse a un mundo donde indefectiblemente hay que relacionarse, porque
existe competitividad y es preciso aceptar sin frustración normas y reglas.
Recuerdo que en mis ya lejanos estudios de Pedagogía y Psicología, cuando
todavía no había implosionado del todo el boom tecnológico, uno de los autores
más leídos en las facultades de
educación era el psicólogo ruso Lev S. Vygotsky, que afirmaba que la verdadera
dirección del desarrollo del pensamiento no es de lo individual a lo social,
sino de lo social a lo individual. Es decir, que un niño aislado de forma
habitual en la soledad de su habitación con su consola de videojuegos no está
en una dirección correcta en cuanto a una natural evolución de su proceso de
socialización. También podríamos citar a Karl Groos, que destacó el juego como
fenómeno de desarrollo del pensamiento y la actividad, basándose incluso en las
teorías adaptativas de Darwin. Y por supuesto, el suizo Jean Piaget con sus
etapas de desarrollo cognitivo y actividades lúdicas para cada una de ellas.
Si estamos de acuerdo en todo
esto, porque que hay evidencia científica, ¿por qué no se lleva a la práctica?
He aquí una cuestión que podríamos añadir a ese rosario de convicciones
ignoradas, como por ejemplo, el cambio climático: sabemos las soluciones, pero
nos cuesta cambiar las costumbres. Para los padres es más cómodo tener a los
niños pegados a la televisión (tres horas de media), sería un engorro llevarlos
a jugar a algún sitio o, incluso, jugar ellos mismos con sus hijos.
A lo mejor el dominio del individualismo en la sociedad actual es
síntoma de que se ha hecho vieja la generación que jugaba al rescate y al “burro
viejo”, en cuya casa siempre hubo unos “juegos reunidos” y un mecano.