Hace unos meses ya me referí al llamado “invierno demográfico” que asola
nuestras comarcas rurales, abocando a muchos núcleos pequeños de población a un
irreversible ocaso que terminará de modo
cierto en su desaparición. En aquella ocasión (era verano) el asunto surgió con
relación a los incendios y al abandono de los montes por no existir ya pastoreo
ni labor alguna por falta de efectivos humanos. No incidiré en las razones de
este despoblamiento, que pueden consultarse en un magnífico reportaje de
Antonio Armero en este diario el pasado domingo, y que asola sobre todo al
norte de Extremadura.
Ya han desaparecido en España centenares
de pueblos, ¿cuántos le tocarán a Extremadura en las próximas décadas? Recientemente
y a resultas de mis “tours” senderistas, he recalado en Descargamaría, en la
Sierra de Gata cacereña, que llegó a tener 900 almas antes de la diáspora de la
emigración. Hoy a duras penas supera el centenar, la mayor parte pensionistas: ¿qué
será de este y otros muchos pueblos cuando se consume ese otro éxodo ineludible,
ese del que no se regresa? Aquí ya está justificado el término de “suicidio
demográfico” que se empieza a ver en algunos foros. Porque ya no es suficiente
que aparezcan aquí y allá algunas casas rurales para solaz efímero de visitantes
urbanitas de finde; el turismo es importante, pero por sí solo no fija
población al medio rural, habría que tender a que los pueblos no se queden sin
habitantes, a que no desaparezcan estilos de vida ni cultivos ni
aprovechamientos ni paisajes. Soluciones imaginativas para las que toda ayuda
será poca.
Pero vean cómo son las cosas. Estamentos
como la banca, motor de la economía y punta de la vanguardia tecnológica, cuyo
compromiso social debería ser universal, está abandonando a su suerte a estas
esquilmadas poblaciones, suprimiendo no solo oficinas rurales, sino incluso
aquellos corresponsales que atendían a estos núcleos un día por semana. Ahora,
jubilados con 80 años tienen que desplazarse como puedan a los cajeros
automáticos de su cabecera geográfica u operar por “banca electrónica” ¿mande? Parece que otro tipo de atención a estos
segmentos rurales no resulta rentable ni
importa demasiado la desastrosa imagen de marca que ello comporta. Y he
recordado con cierta nostalgia cuando la Caja, por antonomasia, pagaba las verbenas de los pueblos, los bancos
y las papeleras del parque, cuando sorteaba bicicletas y en todas las casas del
pueblo más pequeño había un cenicero y un calendario de la Caja. Pero el olvido,
ese hermano ausente de la memoria, que dijo el hispanista Cees Nooteboom, ha
llegado para quedarse. Creía ingenuamente que las cuentas de resultados eran
globales y que estas potentes empresas asumían pequeñas pérdidas en zonas poco
pobladas que compensaban fácilmente con
beneficios en grandes y masificadas áreas urbanas, como las líneas de
transporte. Pero no. Para esta entrañable población rural, que merecería ser
mimada para que no se extinguiera lánguidamente, con esta “obra anti-social” la
única caja que esperan ver, muy a su pesar, será la de pino.
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