miércoles, 7 de febrero de 2018

Despoblación y olvido. ¿Qué fue de la Caja?



     Hace unos meses ya me referí  al llamado “invierno demográfico” que asola nuestras comarcas rurales, abocando a muchos núcleos pequeños de población a un irreversible ocaso que terminará  de modo cierto en su desaparición. En aquella ocasión (era verano) el asunto surgió con relación a los incendios y al abandono de los montes por no existir ya pastoreo ni labor alguna por falta de efectivos humanos. No incidiré en las razones de este despoblamiento, que pueden consultarse en un magnífico reportaje de Antonio Armero en este diario el pasado domingo, y que asola sobre todo al norte de Extremadura.
     Ya han desaparecido en España centenares de pueblos, ¿cuántos le tocarán a Extremadura en las próximas décadas? Recientemente y a resultas de mis “tours” senderistas, he recalado en Descargamaría, en la Sierra de Gata cacereña, que llegó a tener 900 almas antes de la diáspora de la emigración. Hoy a duras penas supera el centenar, la mayor parte pensionistas: ¿qué será de este y otros muchos pueblos cuando se consume ese otro éxodo ineludible, ese del que no se regresa? Aquí ya está justificado el término de “suicidio demográfico” que se empieza a ver en algunos foros. Porque ya no es suficiente que aparezcan aquí y allá algunas casas rurales para solaz efímero de visitantes urbanitas de finde; el turismo es importante, pero por sí solo no fija población al medio rural, habría que tender a que los pueblos no se queden sin habitantes, a que no desaparezcan estilos de vida ni cultivos ni aprovechamientos ni paisajes. Soluciones imaginativas para las que toda ayuda será poca.
   Pero vean cómo son las cosas. Estamentos como la banca, motor de la economía y punta de la vanguardia tecnológica, cuyo compromiso social debería ser universal, está abandonando a su suerte a estas esquilmadas poblaciones, suprimiendo no solo oficinas rurales, sino incluso aquellos corresponsales que atendían a estos núcleos un día por semana. Ahora, jubilados con 80 años tienen que desplazarse como puedan a los cajeros automáticos de su cabecera geográfica u operar por “banca electrónica” ¿mande?  Parece que otro tipo de atención a estos segmentos rurales  no resulta rentable ni importa demasiado la desastrosa imagen de marca que ello comporta. Y he recordado con cierta nostalgia cuando la Caja, por antonomasia,  pagaba las verbenas de los pueblos, los bancos y las papeleras del parque, cuando sorteaba bicicletas y en todas las casas del pueblo más pequeño había un cenicero y un calendario de la Caja. Pero el olvido, ese hermano ausente de la memoria, que dijo el hispanista Cees Nooteboom, ha llegado para quedarse. Creía ingenuamente que las cuentas de resultados eran globales y que estas potentes empresas asumían pequeñas pérdidas en zonas poco pobladas que compensaban  fácilmente con beneficios en grandes y masificadas áreas urbanas, como las líneas de transporte. Pero no. Para esta entrañable población rural, que merecería ser mimada para que no se extinguiera lánguidamente, con esta “obra anti-social” la única caja que esperan ver, muy a su pesar, será la de pino.

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