“Primero está el país,
luego el partido y por último la persona”. Fue el aviso a navegantes que
lanzó Artur Mas cuando dimitió como
presidente del PDeCAT. Aviso no exento de cinismo político, pues sus “pasos al
lado” no le avalan como adalid de su
propia máxima.
Y es verdad que eso de
“país” está en el centro de muchas conversaciones en aquella esquina de España,
pero es un concepto confuso sobre el que existe una desorientación absoluta:
¿qué país se quería? Porque objetivamente lo que se contempla hoy es un país
dividido y enfrentado ideológicamente, de donde se han marchado tres mil
empresas, con el turismo y la creación
de empleo a la baja, con la marca Cataluña por los suelos a ojos foráneos y
actualmente intervenidos por el Estado. Es decir, país auténticamente fallido. Con
este resultado ¿realmente se ha pensado en el país por encima de todo lo demás?
Siguiente P de partido. Convergencia y Unió fue el partido que
lideró el devenir de los catalanes durante
décadas a raíz de la instauración democrática. Formación catalanista, sí, pero
implicada tanto en la gobernabilidad del Estado como en el logro de crecientes
cotas de bienestar y cohesión para su territorio. Hasta que llegamos a la
famosa frase de Maragall: “vostès tenen un problema. I aquest problema es diu 3
per cent”. Se había empezado a pensar más en Andorra y Suiza, en el Palau, o en el dinero de las
ITV que en el propio partido y, por supuesto, más que en su país. Partido que
hoy aparece escindido, condenado judicialmente, refundado y renombrado varias
veces para tratar de deshacerse vanamente de una maloliente gestión que de
corrupta devino en separatista excluyente e ilegal. Ante esta chapuza ¿se pensó
en el partido por encima de las personas?
Pues todo apunta a que las
personas –siguiente P- elegidas para conducir los designios de su pueblo no
supieron (o no quisieron) fortalecer aquello que les unía sino, precisamente, erigirse en protagonistas y beneficiarios de réditos
pecuniarios e ideológicos, potenciando la desavenencia y el enfrentamiento
social hasta concluir incumpliendo la ley que deberían preservar como
gobernantes. ¿Fueron esas personas las adecuadas para regir los designios de un
país?
Finalmente, P de
Puigdemont, como paradigma de la supremacía de la persona por encima de todo lo
demás, que ni siquiera se sustrae a las directrices ni a la ideología de partido alguno porque ha creado
una “lista” paralela y autónoma acorde con su voluntad personalista. Pero, siguiendo
a Juan Jesús Ayala, “el personalismo en política tiene su tiempo, y no
va más allá del descubrimiento de lo falaz y de lo efímero de ese tipo de
personalidad que comienza encantando y termina desencantando”. Creo que ya se
está en este estadio del desengaño y el chasco ante una persona que lleva meses
tratando de salvar solo su trasero, cosa demasiado evidente ante personas, partido y país entero.
La
política no se construye con bonitas frases vacías, sino con decisiones que
tengan en cuenta el interés de los ciudadanos –de todos, no solo una parte, lo
que realmente es el “país”- para que Cataluña en este caso regrese a una senda
de normalidad. Hasta ahora peor no se ha podido hacer.
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