miércoles, 14 de marzo de 2018

Pececitos muertos



     Aconsejan no opinar ni tomar decisiones en caliente. Lo que pasa es que hay acontecimientos que difícilmente enfrían el ánimo, ya hayan transcurrido 72 horas  o seis meses.  El despiadado y brutal asesinato de un niño de ocho años, indefenso y ajeno a las torcidas componendas mentales de su verdugo es un  nuevo y triste objeto de debate público sobre dos aspectos clave: la prevención de hechos monstruosos y el castigo que merece el ejecutor/a de estos actos criminales.  Poco se puede hacer en cuanto a la prevención de  crímenes bestiales cuando en su ejecución interviene una mente fría y abyecta –no necesariamente enferma-. Por desgracia existe un porcentaje incontrolable de individuos/as capaces de imponer su propio impulso desquiciado ajeno a todo atisbo de conciencia moral. Porcentaje pequeño pero suficiente para destrozar familias de por vida y levantar a todo un país en un clamor de rabia.

     A punto de aparecer el cadáver de Gabriel (un 11-M) se hicieron públicas unas frases del “Chicle”,  jactándose de que “dentro de tres o cuatro años ya saldré de permiso”. Sirva este dato para reflexionar seriamente sobre el segundo aspecto, el que se refiere a la proporción del castigo en relación al daño causado. No voy a usar la comparativa penal de estos crímenes con el de robar una bicicleta; alguien me llamaría demagogo, pero ante la evidencia de que esa desproporción sigue existiendo, hay que incidir en la implantación de un castigo acorde con la monstruosidad de ciertos delitos. A gran parte de la población del país le resultaría indignante y hedionda la escena de José Bretón cruzándose algún día por la calle con Ruth, la madre de los niños –sus propios hijos- a los que asesinó y quemó por despecho.

   La prisión permanente revisable, que con distintos nombres existe en prácticamente toda Europa debe mantenerse en el ordenamiento jurídico. Confieso que aun no me había pronunciado sobre este tema, confiando en la competencia de nuestros representantes en el Parlamento. Pero ahora tengo el convencimiento de que quienes quieren derogar esta medida penal no representan en absoluto al 80% de la población que es partidaria de su aplicación. Y si lo  que  pretenden los partidos que abogan por su revocación es desgastar al gobierno que lo impulsó, estamos ante una muestra más de la mezquindad suprema y el desvarío que rodea a la política.   No podemos ser el único país en el que esa especie de cagalera libertaria y garantista nos aboque a acordarnos solo de los derechos humanos de los delincuentes. ¿Qué pasa con los derechos humanos de niños arrojados despiadadamente a un pozo, o quemados  y descuartizados  porque estorbaban? ¿O los derechos de chicas violadas y asesinadas, o de víctimas de una bomba criminal? Derechos humanos que también tienen sus familias y sus vecinos a quienes para atemperar su dolor solo les queda el recurso mental de saber que se hará justicia.

   La prisión permanente  no se aplicaría todos los días, pues está dispuesto que se trata de una medida excepcional para delitos de extrema gravedad (actualmente solo hay un reo cumpliebndo esta condena), que está consolidada en nuestro entorno, avalada por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, y además sería revisable por los jueces de vigilancia penitenciaria. Evitemos que los "pescaítos" de Gabriel  sean aún más negros de lo que ya son.

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