Varios acontecimientos concentrados en
poco espacio de tiempo hacen que se siga hablando
en estos días de la libertad de expresión. Los debates se centran en determinar
los límites de esas libertades, pues parece que existe una cierta desorientación,
llamemos socio-jurídica, en cuanto al momento en el que se deben censurar (y
con qué pena) determinadas expresiones, ya sean musicales, escritas o
artísticas. A la vista de esta evidencia, la pregunta que muchos nos hacemos
es: ¿se está produciendo una regresión ideológica hacia etapas de nuestra
historia que creíamos superadas hace ya varias décadas? Porque hay quien piensa
que el puritanismo es un fenómeno cíclico que puede sobrevenir con
independencia de la evolución natural de las sociedades.
Yo creo que no hay que irse mucho por las ramas, bastan las teorías ya añosas de John Stuart Mill: “debe existir la máxima libertad de profesar y discutir, como una cuestión de convicción ética, cualquier doctrina, por inmoral que pueda considerarse". Ahora bien, también este filósofo establecía el llamado principio de daño y ofensa, que es donde estaría el límite. Es más sentido común que otra cosa.
Yo creo que no hay que irse mucho por las ramas, bastan las teorías ya añosas de John Stuart Mill: “debe existir la máxima libertad de profesar y discutir, como una cuestión de convicción ética, cualquier doctrina, por inmoral que pueda considerarse". Ahora bien, también este filósofo establecía el llamado principio de daño y ofensa, que es donde estaría el límite. Es más sentido común que otra cosa.
Hoy no me referiré al secuestro del libro
“Fariña” ni al descuelgue de la obra de Santiago Sierra en “Arco”, episodios
descabellados, sino a otras andanzas conflictivas de tuiteros y raperos. No me
parece que esté regresando el puritanismo; más bien al amparo de esa libertad,
las expresiones se están aproximando cada vez más a las fronteras admisibles,
lo que puede generar un efecto boomerang restrictivo en exceso. Me explico. El arte
siempre ha jugado con el impacto y la
provocación de sensaciones; pero llamar obra de arte a mil grillos vivos fijados
con silicona a una pared… Pues de la misma forma las letras de las canciones son un buen vehículo de
denuncia social, pero incluso admitiendo que eso de los raperos sea música: "Llegaremos
a la nuez de tu cuello, cabrón, encontrándonos en el palacio del Borbón,
kalashnikov"; Le arrancaré la arteria y todo lo que haga falta queremos la
muerte para todos estos cerdos", (y otras estrofas irreproducibles) convendrán
conmigo en que tiene poco que ver con “Le llamaban Manuel” de Serrat, aunque
sea uno republicano. El carnaval es un vivero de sátira y protesta, pero que
una “drag” disfrazada de Cristo crucificado diga: “¿Quieres mi perdón? Pues
agáchate y disfruta” parece que antepone la ofensa a cualquier intencionalidad
artística. Sobre los chistes, Arévalo y Chiquito a veces los contaban malos y
subiditos, pero no llegaban a la bazofia ofensiva de la tal Cassandra mofándose
de mutilaciones por el terrorismo.
En definitiva, tanto Picasso y Dalí como
Serrat o Labordeta provocaban, pero demostraron ser grandes artistas. El gran problema
surge cuando cualquier mierdecilla indocumentado usa la provocación para
hacerse notar porque es incapaz de hacer otra cosa; entonces ese desperdicio
convertido en “arte”, que no ha sido avalado nunca por la excelencia sino por
el mal gusto, se convierte en una herramienta unitaria de agravio que ha nacido
ya más allá de cualquier límite. El
recrudecimiento del debate sobre la libertad de expresión, entonces, no es más que un reflejo de la creciente
mediocridad de expresiones mezquinas y rastreras que por desgracia se ha
instalado entre nosotros. Libertad de expresión, claro. Pero dignidad de creación y arte también.
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