Todo esto de la memoria histórica me está haciendo recordar lejanas clases en la universidad, donde leíamos escritos de personas aquejadas de diversas psicopatologías en las funciones mnémicas. Estaba, por ejemplo, en síndrome de Korsakoff, donde el paciente rellenaba compulsivamente las lagunas de la memoria mediante confabulaciones. En trastornos más graves se podía perder incluso la biografía, la cronología y la conexión de sentido de la propia línea evolutiva de las cosas.

Pesan más las razones compulsivas para borrar episodios de la memoria que el alto valor histórico-artístico de las piezas a eliminar, a pesar de que la propia Ley establece esta circunstancia como excepción. La Historia ha llegado a ser definida como “ciencia de la memoria”, pero lejos de intentar recuperar la memoria colectiva, que sería lo ideal para abrir espacios de debate, se pretende borrar por completo una parte de la Historia de España, sea la que sea, implantando la “damnatio memoriae” romana, que prohibía incluso pronunciar el nombre del enemigo. Creo que los sobrinos de Hitler se esterilizaron para que ninguno de sus hijos fuese a sacar los genes de su tío. Pues esta finalidad parece tener esta interpretación de la Ley de la Memoria Histórica al talibanizar su esencia: convertir la memoria en patológica y desvirtuar la Historia como ciencia con un uso político. La ley debe devolver la dignidad a todos los represaliados por el franquismo y a sus familias, por supuesto, y en ello se pone todo empeño. Pero esto no es incompatible con el respeto a un Patrimonio que se asienta y surge de las propias vicisitudes históricas, aunque la cercanía de los hechos nos disguste.