Regresaba yo del Festivalino contemplando los infinitos encinares de la dehesa, ya moteados y perfumados con la flor de la jara, recordando las palabras pronunciadas por Joaquín Araújo en la conferencia inaugural: en Extremadura, que es la reserva natural del continente, tocamos a 500 árboles por habitante, más del doble que la media nacional y producimos oxígeno suficiente para mantener a todos los habitantes de Europa. ¿Sabemos realmente lo que esto significa? Ha concluido exitosamente en Pescueza una nueva edición del “festival más pequeño del mundo”, apelativo que cada año que pasa va siendo más disonante con sus contenidos y con su repercusión. Porque el Festivalino, en su todavía corta andadura, ya ha roto completamente con esa mitología urbana en la que todo parece ser directamente proporcional al número de habitantes. Pues no. Pescueza tiene los mismos habitantes que la comunidad de vecinos de nuestro bloque, esa que solo se reúne cada tres meses para discutir a voces sobre las cuotas del arreglo del ascensor. Esta pequeña localidad extremeña (que no llega a 200 vecinos) le está diciendo a la sociedad qué es lo se puede conseguir alentando la movilización social en contraposición al individualismo pasivo y cutre que espera que los demás te solucionen la vida. El Festivalino es el exponente de la creatividad y el entusiasmo en pro de la puesta en valor de las posibilidades rurales, incluso en un mundo en crisis –o precisamente por eso-.
Pescueza se ha convertido en un ilusionante prototipo de logro autogestionado, perfilando un modelo de transformación sostenible del medio rural que debe ser imitado, porque es la solución al despoblamiento y a la desaparición de estilos de vida. ¿No es el cambio climático el principal enemigo de los espacios naturales? Pues no esperemos a que se pongan de acuerdo esos del G-7 en las cuotas de emisión de gases: empecemos ya a combatirlo con las armas que tenemos a nuestro alcance: por ejemplo, plantando árboles. Como en Pescueza. Y convirtamos esta esperanza de sostenibilidad en una fiesta reivindicativa del medio rural, de donde casi todos procedemos si nos remontamos un par de generaciones. Debemos conseguir, como en el Festivalino, que nuestro ancestral diminutivo siga siendo la metáfora de las grandes transformaciones que Extremadura necesita, que no pasan por nucleares ni refinerías. Puede que en algún momento reverdezca el flujo migratorio de nuevo hacia los espacios rurales (tal vez antes de lo que sospechamos), y hay que ponerlos en valor. Miremos a Pescueza y no nos olvidemos de nuestros quinientos árboles.
Gracias por tus certeras opiniones sobre este mundo en el que vivimos y sobre mi pueblo, Pescueza. Esto nos engrandece viniendo de ti y nos estimula para seguir trabajando desde, en, para, con y por Pescueza. Desde la Fundación +Árboles tenemos proyectos muy interesantes para le pueblo porque estamos convencidos que el antídoto para la lucha contra ls emisiones de CO2 es plantar árboles, árboles, y árboles.
ResponderEliminarYo ya estoy muy por encima de la media que citaba Joaquín Araújo: tengo una parcela reforestada con 2.400 encinas y alcornoques entre Coria y Casas de Don Gómez. Ahí está mi granito de arena en apoyo de la sostenibilidad. Soy optimista de cara al futuro de los pueblos, a poco que vuestro gran ejemplo vaya calando en las mentes más reticentes.
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