Es de esas metáforas que evocan imágenes
almacenadas en la memoria. A mí me sugiere, por ejemplo, el puente semiderruido
de Ajùda, que comunicaba España con Portugal en la comarca de Olivenza, cuyos
arcos fueron destruidos por los españoles en 1709. También el puente de Mostar,
levantado en el siglo XVI y volado durante la guerra de Bosnia en 1993. Y por
último el viejo puente romano de Alconétar, salvado actualmente de las aguas
del embalse de Alcántara, que perdió su función por ruina en la Edad Media,
teniendo que cruzarse el Tajo por aquel lugar en barcas hasta el siglo pasado.
El puente ente Cataluña y España hace
tiempo que amenazaba también ruina. Se oye ahora mucho en tertulias esa
pregunta lanzada al aire: “¿cómo hemos llegado hasta aquí?” y se buscan
culpables del momento por acción o por omisión. Creo que es de esos puentes que
se caen piedra a piedra sin que nadie se preocupe de afianzarlos, confiando en
que su fortaleza resistirá cualquier embate. El separatismo es como uno de esos
cánceres traicioneros que no dan la cara hasta que el diagnóstico solo puede
augurar un final próximo. Parece que nadie se daba cuenta de que durante la
Olimpiada de Barcelona en 1992, cuando todavía no se vendían las esteladas en
las tiendas de todo a cien, ya había por ahí jovenzuelos colocando pancartas
donde se leía “Catalonia is not Spain”; uno de ellos era un Puigdemont con 29
años cuya cruzada irrenunciable se podía entrever al comenzar a ocupar cargos
públicos. Y ya se sabía para qué vino al ser nombrado President.
Otras piedras de este puente han ido
cayendo en las escuelas catalanas en las últimas décadas: los estudiantes
universitarios que hoy toman rectorados y plazas envueltos en esteladas son los
niños que en quinto de primaria, gracias a la LOGSE que transfirió las competencias de educación a las
comunidades autónomas, aprendían en sus libros manipulados que Cataluña ya
existía en tiempos de los romanos, que Cataluña era como las excolonias de
América que consiguieron su independencia, que la Constitución no está por
encima del Estatut, que siempre fue un territorio perseguido por el estado
español y los reyes castellanos, y que en lugar de Reino de Aragón hay que
decir “corona catalano-aragonesa”.
Más piedras de este puente han ido cayendo
de la mano de una inmersión lingüística prostituida hasta el punto de multar a
los establecimientos comerciales que rotulen su actividad en castellano. Hemos asistido
a una “gibraltarización” de Cataluña, como los llanitos que hablan andaluz pero
son británicos. Era cuestión de tiempo. Un montón de piedras cayeron de golpe
con el recurso ante el Tribunal Constitucional por parte del PP en contra de la
reforma del Estatut, que habían refrendado el Parlament y el Congreso. La gran
grieta en ese puente se ha ido agrandando crecientemente al dejar de hablarse
compañeros de trabajo, amigos y hasta hermanos. Y finalmente el puente entero
se tambalea ya con la actuación de las fuerzas de seguridad el pasado domingo.
Era el pretexto soñado y plasmado en los libros de historia escolares: el
territorio catalán ocupado por el estado español. El artículo 155 solo será un
remiendo que acrecentará el odio hasta que el puente se venga definitivamente
abajo.
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