jueves, 24 de mayo de 2018

Reflexiones de mayo


   Hace  tiempo, cuando en la escuela había clases de niños y clases de niñas (aunque no se dijera portavoces y portavozas) mayo era el mes de María y se cantaba aquello de “venid y vamos todos” ¿recuerdan?;  la monja, con gesto severo, hacía ondear su mano en un vaivén cadencioso como un director de orquesta que ha perdido la batuta. Además de los cánticos y el acopio de flores, recuerdo que también había que hacer una lista de sacrificios y obras piadosas para ofrecer a la Virgen. De entre aquellas privaciones inducidas para ser merecedor de gracias divinas solo me acuerdo de una: quedarme un día sin merendar pan y chocolate para solidarizarme con los negritos de África. Aunque con esta renuncia temporal nunca se sentían los aguijones del hambre, era un sacrificio muy recurrente y válido, al parecer, para conciencias en formación.
     Han transcurrido muchos meses de mayo desde aquellos lejanos tiempos y casi todos nos hemos anclado en esos “sacrificios” simbólicos y estúpidos, muy apropiados, por otra parte, para conciencias que tampoco han evolucionado al mismo ritmo que las ambiciones, como si estuvieran aquejadas por uno de esos déficits del crecimiento. La búsqueda de la comodidad y la riqueza nos ha ido haciendo cada vez más insensibles a las miserias de otras latitudes, donde la Humanidad atesora todas las penurias imaginables poniendo de manifiesto un reparto tramposo donde hemos salido ganando. Y el sacrificio se reduce, en el mejor de los casos, a enviar desde el móvil veinte euros a una cuenta abierta para Birmania mientras apuramos el cubata en el chiringuito.
     Pero también hemos ido adquiriendo una palpable incapacidad para solidarizarnos con las miserias más próximas,  las que tenemos al lado, en la cola del banco de alimentos, en el parque o en el 4º A de nuestro propio bloque, ese al que van a desahuciar.  Algunos defensores de los pobres han decidido en mayo que vivir  como potentados no contraviene especialmente sus principios, que ejercer el capitalismo más galopante es compatible con la lucha de clases siguiendo el ejemplo de Rouco Varela y su ático.
     Este mes de mayo se cumplían cincuenta años de aquel otro del 68 en el que se intentaron cambiar las estructuras de una sociedad que, entre otras cosas, se había olvidado de los más débiles. Hoy algunos de los nietos de aquel mayo  dejaron de hablar de la casta cuando decidieron que no era tan malo formar parte de ella.
     Estar en la tumbona de un jardín propio de 2.350 metros cuadrados con el puño en alto debe constituir un eficaz exorcismo que ahuyenta al fantasma de los bolcheviques que quieran levantar la cabeza. Definitivamente, sufrimos una interesada incapacidad para ser consecuentes con el infortunio ajeno, incluso aquellos que eligieron ser punta de lanza contra la injusticia social. Es como una tara llevadera que nos proporciona la pensión vitalicia del hedonismo. José Mujica decía en mayo de 2013 que la austeridad era una lucha por la libertad, pero estaba loco. Por eso no se predica ya con el ejemplo, sino con la dialéctica sucia de la mentira. Pobres votantes engañados, pobres bases manipuladas.

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