miércoles, 24 de octubre de 2018

La eterna juventud


No sé si alguno de ustedes comparte mis inclinaciones pseudofúneberes. Las páginas de obituarios y esquelas de los periódicos suelen ser para mí de lectura obligada, como un contenido más  a añadir al bagaje de informaciones que conforman ese “estar al día” que nos permite opinar y conversar con conocimiento de causa. Reconozco que lo hago como un espectador afectado por aquella sentencia freudiana: “cada uno de nosotros tiene a todos como mortales menos a sí mismo”. Pero en fin, uno de los datos en los que más suelo detenerme es en la edad del finado, detalle que suele proporcionarme sentimientos encontrados: un cierto desasosiego cuando compruebo que ya me encuentro en un segmento de edad proclive a eso que les pasa a algunos; y una –seguramente infundada- esperanza cuando observo que ya se llega con cierta frecuencia a los 100 años, y echo mentalmente la cuenta de los que me faltan a mí, comprobando las muchas cosas que se pueden hacer hasta ese momento. Claro está que en las esquelas nunca pone en qué condiciones se llegó a esas cifras de record.
     Es evidente que vivir cada vez más tiempo es una aspiración general de las comunidades humanas que ha estado presente en todas las épocas históricas. Por razones parecidas a las expuestas, suelen ser de interés los artículos sobre investigaciones médico-científicas que se ocupan de las causas del envejecimiento.
     Personalmente, desconfío de los avances que solo radican en añadir años a la fase final de la existencia, me parece una prolongación de la decrepitud consistente en ir perdiendo la costumbre de vivir, como dijo César González-Ruano refiriéndose a la muerte. Por eso desde hace años sigo la trayectoria de Aubrey de Grey, biogerontólogo londinense más centrado en tratar de “reparar” los tejidos afectados por la degeneración vital mucho antes de que esta desencadene declives irreversibles, tesis que desarrolla en su libro “El fin del envejecimiento”, al que me acerqué en su momento –lo confieso- como cuando leía, décadas ha, las previsiones para el futuro de Isaac Asimov. Esto no va de ser viejos durante más tiempo, sino precisamente de alargar los periodos centrales de la existencia, esos que lamentablemente tan rápido pasan. De concretarse algún día estos tratamientos que ya funcionan en ratones de laboratorio,  en el futuro seguiríamos envejeciendo igual que ahora, pero periódicamente recibiríamos esas terapias reparadoras para poder conservar nuestra juventud mucho más tiempo. ¿Quién no se apuntaría a pasar estas ITV rejuvenecedoras?
 Solo pongo un pero a las investigaciones de Aubrey de Grey: los millones de dólares que maneja su “Fundación Matusalén”, parte de los cuales podrían ser destinados, en lugar de hacernos eternos, a arreglar aquellas zonas geográficas donde sus habitantes no llegan a cuarenta años, como ocurría en el neolítico, y mueren por la picadura de un mosquito.
     Como ocurre con la lucha científica contra el cáncer, enfermedad maldita cuya curación definitiva no verá nuestra generación, en este asunto de vivir más tiempo con buen estado físico y mental, también nos toca solo saborear una bonita esperanza con una decepcionante dosis de ciencia-ficción. Es frustrante vivir siempre en la antesala de grandes logros sin participar de sus beneficios. Les dejo, voy a ver las esquelas de hoy.

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