miércoles, 11 de marzo de 2020

Teletrabajo


La extensión global de Covid-19 y el temor a contagios masivos puede estar anticipando una práctica empresarial que ya se vaticinaba creciente para dentro de unas décadas. Enviar a los trabajadores a su casa para desarrollar funciones análogas a las desempeñadas en un centro de trabajo es posible ya para muchas empresas, incluida la Administración Pública. Ya vivimos hace tiempo la desaparición paulatina de oficinas presenciales de información y servicios (y hasta bancarias) y la sustitución de éstos por centros virtuales, páginas web, cajeros automáticos o un simple número de teléfono, sin necesidad de que ninguna epidemia lo aconsejara. Y no hablemos del mundo de las compras. Recordamos con nostalgia cuando íbamos a la Telefónica, o a sacar un billete de tren a la oficina de Renfe o a retirar mil pesetas de la cartilla por ventanilla. Pues esto es una extensión de la misma tendencia con la que incorporaremos nuevas añoranzas.
    ¿Cuántos trabajadores hay que pasan prácticamente toda la jornada laboral frente a un ordenador en su oficina? ¿No podrían desarrollar la misma función en otro lugar como si llevaran a cabo una cuarentena permanente estando sanos? Las tecnologías de la información permiten que sigan existiendo objetivos, supervisión, chats o reuniones virtuales. Los costes empresariales, de producción y de mantenimiento de locales se reducen notablemente. Se elimina el absentismo y –dicen- aumenta la productividad. En definitiva se valora más el trabajo realizado que el tiempo de permanencia en una oficina. Los trabajadores encuentran además conciliación de vida familiar, menor estrés, horario flexible y calidad de vida.

   Ahora bien, esta idílica práctica no deja de ser una rémora más para las ya muy maltrechas relaciones personales de nuestra época, para la colaboración entre empleados, para vencer el sedentarismo. Y pueden crear conflictos familiares. Y constituir una excusa para trabajar sábados y domingos. Y potenciar el aislamiento. Porque no todo habría que contemplarlo en clave de  ahorro de costes; aunque mucho nos tememos que el coronavirus esté actuando como poderoso pretexto para dulcificar con el teletrabajo las cuentas de resultados y así nivelar los descensos en ventas. Cuando esto de la posible pandemia pase (como todos esperamos, aunque tal vez lleve tiempo), comprobaremos cuántos trabajadores enviados a sus casas regresan a la oficina. Es posible que la oficina ya no esté.
    Desde que he empezado a escuchar esto de las desubicaciones de empleados, estoy valorando más aquellas tareas que serán difícilmente teletrabajadas. He visto cómo el jardinero preparaba con mimo los pensamientos en los parterres para la primavera. El médico escucha mis dolencias y me dice saque la lengua y diga ah. El empleado de la limpieza me ha dado los buenos días mientras barría las hojas del limonero que dan afuera. Los profesores suscitan el debate en clase sobre la metafísica de Kant. Con el tiempo serán contados reductos de autenticidad en ese mundo perdido de las cartas con sellos y las tiendas de ultramarinos.

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