La extensión global de Covid-19 y el temor a contagios masivos puede estar anticipando
una práctica empresarial que ya se vaticinaba creciente para dentro de unas
décadas. Enviar a los trabajadores a su casa para desarrollar funciones análogas
a las desempeñadas en un centro de trabajo es posible ya para muchas empresas,
incluida la Administración Pública. Ya vivimos hace tiempo la desaparición
paulatina de oficinas presenciales de información y servicios (y hasta
bancarias) y la sustitución de éstos por centros virtuales, páginas web,
cajeros automáticos o un simple número de teléfono, sin necesidad de que
ninguna epidemia lo aconsejara. Y no hablemos del mundo de las compras. Recordamos
con nostalgia cuando íbamos a la Telefónica, o a sacar un billete de tren a la
oficina de Renfe o a retirar mil pesetas de la cartilla por ventanilla. Pues
esto es una extensión de la misma tendencia con la que incorporaremos nuevas
añoranzas.
¿Cuántos trabajadores hay que
pasan prácticamente toda la jornada laboral frente a un ordenador en su
oficina? ¿No podrían desarrollar la misma función en otro lugar como si
llevaran a cabo una cuarentena permanente estando sanos? Las tecnologías de la
información permiten que sigan existiendo objetivos, supervisión, chats o
reuniones virtuales. Los costes empresariales, de producción y de mantenimiento
de locales se reducen notablemente. Se elimina el absentismo y –dicen- aumenta
la productividad. En definitiva se valora más el trabajo realizado que el
tiempo de permanencia en una oficina. Los trabajadores encuentran además
conciliación de vida familiar, menor estrés, horario flexible y calidad de
vida.
Ahora bien, esta idílica práctica
no deja de ser una rémora más para las ya muy maltrechas relaciones personales
de nuestra época, para la colaboración entre empleados, para vencer el
sedentarismo. Y pueden crear conflictos familiares. Y constituir una excusa para
trabajar sábados y domingos. Y potenciar el aislamiento. Porque no todo habría
que contemplarlo en clave de ahorro de
costes; aunque mucho nos tememos que el coronavirus esté actuando como poderoso
pretexto para dulcificar con el teletrabajo las cuentas de resultados y así
nivelar los descensos en ventas. Cuando esto de la posible pandemia pase (como
todos esperamos, aunque tal vez lleve tiempo), comprobaremos cuántos
trabajadores enviados a sus casas regresan a la oficina. Es posible que la
oficina ya no esté.
Desde que he empezado a escuchar
esto de las desubicaciones de empleados, estoy valorando más aquellas tareas
que serán difícilmente teletrabajadas. He visto cómo el jardinero preparaba con
mimo los pensamientos en los parterres para la primavera. El médico escucha mis
dolencias y me dice saque la lengua y diga ah. El empleado de la limpieza me ha
dado los buenos días mientras barría las hojas del limonero que dan afuera. Los
profesores suscitan el debate en clase sobre la metafísica de Kant. Con el
tiempo serán contados reductos de autenticidad en ese mundo perdido de las
cartas con sellos y las tiendas de ultramarinos.
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