miércoles, 10 de agosto de 2011

Aceña


     Como preludio de mis inminentes vacaciones, hoy, al llegar a casa tras la cansina jornada laboral he experimentado esa gozosa maniobra de abrir el buzón convencional y, entre extractos bancarios y ofertas de supermercado que caen como cascarilla insulsa, quedarme con el cogollo de un sobre de verdad, de esos con sellos y con mi nombre escrito a mano con esa letra ampulosa de quien también encuentra placer en efectuar un envío. En su interior, una nueva entrega de la revista “Aceña”, ventana cultural de la pequeña localidad extremeña de Pescueza, que no es la primera vez que aparece en las entregas semanales de esta columna, por representar este pueblo de poco más de 150 habitantes un interesante ejemplo de cooperación comunitaria y democracia participativa que contrasta con la pasividad y filosofía de subsidio que lamentablemente predominan todavía en el área rural.
     Un soplo de aire fresco, de olor a jara y encina, es lo primero que recorre mi ánimo tras hojear su contenido. Un bello contrapunto a la espiral de conflictos de todo tipo que encontramos al abrir cualquier otro medio periódico escrito: revoluciones, hambrunas, hundimientos bursátiles, caos económicos… pero no por ello estamos ante una publicación alejada de la realidad, más bien diría yo que contempla el contexto con más apego a lo real que pueda imaginarse. Se habla de nuestras cosas. Y las reflexiones que se contienen sobre las posibilidades de desarrollo de nuestros medios rurales ponen de manifiesto que la gestión de los recursos propios de estas zonas que todavía aglutinan a una parte importante de la población de Extremadura no se ha olvidado, ni por parte de los gobernantes (artículo de Guillermo Fernández Vara sobre la Extremadura rural del siglo XXI) ni, menos aun, por parte de sus habitantes, que constituyen el verdadero motor de la autogestión. En Extremadura existen cerca de 400 municipios. Imaginemos que cada uno de ellos no solo editara una publicación cultural para dar cabida a sus inquietudes, sus recuerdos o sus perspectivas de futuro, sino que sus ayuntamientos alentaran y apoyaran iniciativas y proyectos surgidos de la iniciativa local, participaran con viveza en las mancomunidades emprendiendo acciones de mejora, gestionaran activamente fondos públicos y llevaran a cabo intensas campañas de concienciación y divulgación de los valores de su comarca. ¿No estaríamos ante una verdadera revolución   rural que inevitablemente obligaría a los centros de poder a prestar la atención debida a estas extensas zonas? Alguien podrá pensar que ahora no corren buenos vientos para aportar más dinero a ningún sitio. No se trata de eso. Primero hay que hacer surgir lo que Felipe Sánchez Barba llama en este número “el espíritu de Pescueza”; de dinero ya hablaremos. Mañana estaré debajo de una encina leyendo “Aceña”, y olvidado por completo del BCE, de la deuda soberana y de Standard & Poor’s. Cambiaré por unos días la incómoda realidad del mundo por la mía propia, bastante más llevadera.

jueves, 4 de agosto de 2011

Cuernos del mundo

     Fue hace unos días tomando café. La imagen de un niño gravemente desnutrido, que ilustraba la tragedia de Somalia, presidía la primera página del diario. Me sorprendí a mí mismo esquivando aquella mirada suplicante que delataba la más tétrica de las miserias humanas: morir de hambre. Pero mientras pasaba páginas buscando la actualidad económica (que es nuestro problema) aquella imagen, grabada involuntariamente en mi retina, entorpecía la lectura, dando finalmente al traste con el repaso a la actualidad, como si de esa fotografía emanara un extraño efluvio capaz de hacer relativo  todo lo demás. Es el grito –pensé- que de vez en cuando rompe el pesado silencio de la tragedia para tratar de mover el  gusanillo perezoso de nuestras conciencias. Pero a estas imágenes ya nos hemos acostumbrado. La escritora americana Susan Sontag decía que “el vasto catálogo fotográfico de la miseria y la injusticia a lo largo del planeta le ha dado a todo el mundo una cierta familiaridad con las atrocidades, haciendo que lo horrible sea cada vez más ordinario”. En efecto, convivimos con la desdicha como algo natural y nos hemos habituado a sus distintas caras.
   Hoy es el Cuerno de África el que suena en la lejanía, como llamando desesperadamente a los dos primeros mundos para que dirijamos por un instante nuestras miradas al tercero, a sus niños moribundos y a sus rebaños famélicos. Pero son sonidos que se apagan lánguidamente, pues los vientos informativos pronto cambian hacia objetivos más cercanos, abandonando la tragedia que continúa en el silencio ciego del olvido. Hace poco más de un año la catástrofe del terremoto en Haití fue la encargada de hacer sonar su cuerno en aquel continente, consiguiendo mantener durante unas semanas la atención del planeta en la desdicha de los damnificados. Pero igual que ocurrirá en Somalia, poco a poco se apagaron lo ecos de los lamentos para desaparecer de nuestros sentidos aquel episodio. Sabemos que en Haití todavía hay más de un millón de seres humanos hacinados en tiendas y chabolas, y que niños mueren de cólera en las calles. Sólo han recibido el 30% de la ayuda internacional comprometida; pero esto ya forma parte de su tragedia silenciosa que ha dejado de incumbirnos. Y así podríamos seguir tratando de otras guerras y tragedias de las que nunca hemos oído hablar porque todavía no ha sonado su cuerno.
     Eso de “comunidad internacional” cada vez se me antoja más un interesado eufemismo para tapar la inoperancia. ¿Cuántos miles de millones se han destinado para reflotar bancos, tapar agujeros, comprar deuda o rescatar países desarrollados? Miedo da solo imaginarlo. El mundo carece de liderazgo. Miento: los que mandan en el mundo ahora son los directores generales de las agencias de calificación de deuda, pero esos giran en otra órbita y  son incapaces de escuchar los cuernos del hambre.