miércoles, 14 de diciembre de 2016

Solidaridad en peligro



“Gracias a muchas personas que nos ayudaron, Nadia fue intervenida en Houston, con lo que hemos conseguido alargar su esperanza de vida entre 5 y 10 años.”. Este párrafo puede leerse todavía en un blog sobre tricotiodistrofia creado por el padre de esa niña, actualmente en prisión. Hoy sabemos que es mentira lo de Houston y a qué finalidades fue a parar el dinero aportado por todas esas personas.


     Estamos ante un episodio sofisticado de la truhanería que caracteriza a nuestra sociedad desde los tiempos del Buscón, y que va a terminar por horadar la bondad que nos identifica como pueblo solidario. Hace unos años estalló el escándalo de las ONG’s Anesvad e Intervida con los famosos apadrinamientos fraudulentos; muchas personas –buena parte de escasos recursos económicos-, movidos por la compasión ante fotografías de niños del tercer mundo estuvieron años aportando mensualmente cantidades de dinero que suponían un sacrificio, pero les tranquilizaba poner cara a su solidaridad. Aquellos fondos jamás llegaron al supuesto destino humanitario, sino a otros negocios nada vinculados con la caridad.
Puede haber granujería  organizada colectivamente para forrarse a costa del prójimo: por ejemplo, las estafas de Fórum y Afinsa, donde los estafados a la postre buscaban una rentabilidad que no existía en el mercado bancario. Pero engañar  usando la solidaridad y las mejores intenciones humanas constituye una ignominia incalificable. El resultado es que ya miramos con desconfianza a otras oenegés no salpicadas por esos escándalos, cuya labor nadie cuestiona, cuando vemos que hoy subcontratan empresas que a su vez incorporan a falsos voluntarios (porque cobran a comisión y tienen objetivos comerciales) con chalecos y carpetas que situados estratégicamente para que no escape nadie  nos acosan por la calle para que nos hagamos socios. La solidaridad, por tanto, sigue siendo un negocio de corte empresarial con entramados organizativos y sueldos que pagar y cada vez nos asaltan más dudas sobre qué parte de nuestra aportación llega finalmente a su destino.
Foto Jorge Rey. HOY.es
Muchos ciudadanos se preguntan por qué los estados se escaquean de aportar ese famoso 0,7 por ciento del PIB comprometido hace décadas para ayuda a países pobres y tenemos que ser nosotros quienes lo sufraguemos de nuestro bolsillo fuera de cauces oficiales. O por qué se recorta hasta el mínimum la inversión en investigación y tienen que ser de nuevo ciudadanos de a pie quienes aporten privadamente  movidos por casos como el de Nadia. La abdicación de los organismos oficiales de su deber de ayuda social ha creado un sistema paralelo de oenegés, asociaciones de afectados, bancos de alimentos, colectas privadas o programas televisivos auspiciados por una solidaridad colectiva que ya está en peligro por falta de control y auditorías, y que da oportunidad a los desaprensivos para hacer su agosto.

     Y de las redes sociales mejor ni hablamos. Hay cientos de páginas que usan imágenes de niños enfermos, con cáncer o que necesitan un trasplante, para conseguir un “like” y así hacerse con nuestro correo electrónico y nuestro perfil. Ser solidario se está convirtiendo en ser un pardillo para desgracia de los realmente necesitados.

No hay comentarios :

Publicar un comentario