jueves, 22 de diciembre de 2016

A propósito del plagio



El plagio no es un fenómeno surgido en nuestros días y han existido desde siempre otras versiones más arcaicas del actual corta-pega empleado, por ejemplo, por el mismísimo rector de la Universidad Rey Juan Carlos. Hay quien dice que en la  Biblia se contienen episodios plagiados de otros relatos legendarios anteriores, pertenecientes a la  mitología sumeria.
  Desde el consejo de redacción y la dirección de revistas culturales en las que he actuado, he visto llegar para su publicación trabajos de destacadas plumas con fragmentos literalmente copiados de internet; otras veces esos textos pasan desapercibidos al no citar fuentes hasta que el plagio es advertido por el verdadero autor.
Conozco personas que basan su carrera de edición precisamente en el trabajo ajeno logrando cifras de publicaciones a las que no llegarían si el esfuerzo fuera enteramente propio, por no citar esos engendros de autoedición en forma de blogs pseudocientíficos donde yo mismo he visto reproducidos, sin entrecomillar ni citar, párrafos de alguno de mis trabajos. Por tanto también sé lo que se siente al ser plagiado, y no es agradable.
   Parecería lógico pensar que el plagio es usado solo por autores claramente mediocres e incapaces de crear algo propio, pero la Historia está llena de estos robos cutres y picarescos por parte de figuras a priori poco sospechosas de caer en esta fechoría intelectual o, cuando menos, que no lo hubieran necesitado;  Pablo Neruda y Camilo José Cela son algunos ejemplos emblemáticos.
     Y es precisamente esta proliferación creciente del plagio la que necesita atención y análisis de sus causas, porque detrás del mero hecho mecánico de reproducir tramposamente lo de otro debe haber oculto algo más. Se puede hablar, con evidencias, de que estamos inmersos en una cultura del mínimo esfuerzo con carencia de modelos morales válidos; hoy no voy a hablar de los informes PISA, pero es claro que los procesos formativos están involucrados, al prestar escasa atención a una de las normas esenciales de la educación: el saber implica la búsqueda de la verdad y de la justicia (de ahí la extrema gravedad de que plagie un rector universitario). La pereza intelectual que en el futuro puede llevar a una falta de respeto por el prójimo –como sucede al plagiar- debe ser erradicada en la escuela potenciando siempre la creatividad, cuestión fundamental que debería contemplarse ineludiblemente en las escuelas de magisterio y másteres en educación. Pensar por sí mismo no es difícil, pero necesita educarse. 

Además, vivimos una época que ha generado mucha prisa por la fama y el reconocimiento, donde la necesidad imperiosa de figurar potencia la inobservancia de la más elemental ética: la vanidad no entiende de estaciones intermedias, las del esfuerzo, el raciocinio, la crítica… y se usan las vías apresuradas del cinismo y la desvergüenza para fusilar desde tesis doctorales hasta letras de murgas carnavaleras. Añadamos a esto los enormes flujos de información que circulan por la red a disposición de todo el mundo, y que evitan al plagiador el trabajo de ir a las bibliotecas y conseguir sus fraudulentas fuentes, engorro que podía persuadirles. Con bastante impotencia entreveo que son cosas demasiado gordas para cambiarlas. Si Sócrates levantara la cabeza…

No hay comentarios :

Publicar un comentario