El plagio no es
un fenómeno surgido en nuestros días y han existido desde siempre otras
versiones más arcaicas del actual corta-pega empleado, por ejemplo, por el
mismísimo rector de la Universidad Rey Juan Carlos. Hay quien dice que en la Biblia se contienen episodios plagiados de
otros relatos legendarios anteriores, pertenecientes a la mitología sumeria.
Desde el consejo de redacción y la dirección
de revistas culturales en las que he actuado, he visto llegar para su
publicación trabajos de destacadas plumas con fragmentos literalmente copiados
de internet; otras veces esos textos pasan desapercibidos al no citar fuentes
hasta que el plagio es advertido por el verdadero autor.
Conozco personas que
basan su carrera de edición precisamente en el trabajo ajeno logrando cifras de
publicaciones a las que no llegarían si el esfuerzo fuera enteramente propio,
por no citar esos engendros de autoedición en forma de blogs pseudocientíficos
donde yo mismo he visto reproducidos, sin entrecomillar ni citar, párrafos de
alguno de mis trabajos. Por tanto también sé lo que se siente al ser plagiado,
y no es agradable.
Parecería lógico pensar que el plagio es
usado solo por autores claramente mediocres e incapaces de crear algo propio,
pero la Historia
está llena de estos robos cutres y picarescos por parte de figuras a priori
poco sospechosas de caer en esta fechoría intelectual o, cuando menos, que no
lo hubieran necesitado; Pablo Neruda y
Camilo José Cela son algunos ejemplos emblemáticos.
Y es precisamente esta proliferación
creciente del plagio la que necesita atención y análisis de sus causas, porque
detrás del mero hecho mecánico de reproducir tramposamente lo de otro debe
haber oculto algo más. Se puede hablar, con evidencias, de que estamos inmersos
en una cultura del mínimo esfuerzo con carencia de modelos morales válidos; hoy
no voy a hablar de los informes PISA, pero es claro que los procesos formativos
están involucrados, al prestar escasa atención a una
de las normas esenciales de la educación: el saber implica la búsqueda de la
verdad y de la justicia (de ahí la extrema gravedad de que plagie un rector
universitario). La pereza intelectual que en el futuro puede llevar a
una falta de respeto por el prójimo –como sucede al plagiar- debe ser erradicada
en la escuela potenciando siempre la creatividad, cuestión fundamental que
debería contemplarse ineludiblemente en las escuelas de magisterio y másteres
en educación. Pensar por sí mismo no es difícil, pero
necesita educarse.
Además, vivimos una época que ha generado mucha prisa
por la fama y el reconocimiento, donde la necesidad imperiosa de figurar
potencia la inobservancia de la más elemental ética: la vanidad no entiende de
estaciones intermedias, las del esfuerzo, el raciocinio, la crítica… y se usan
las vías apresuradas del cinismo y la desvergüenza para fusilar desde tesis
doctorales hasta letras de murgas carnavaleras. Añadamos a esto los enormes
flujos de información que circulan por la red a disposición de todo el mundo, y
que evitan al plagiador el trabajo de ir a las bibliotecas y conseguir sus
fraudulentas fuentes, engorro que podía persuadirles. Con bastante impotencia
entreveo que son cosas demasiado gordas para cambiarlas. Si Sócrates levantara
la cabeza…
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