En la vida de las personas -como individuos, como parejas o grupos-, pueden sucederse largos años de sometimiento a un orden con unas rutinas aceptadas que han sido interiorizadas con nula reflexión. Este fluir consuetudinario es válido hasta que influencias externas o bien un proceso de maduración ideológica, hacen tambalear lo tradicional y replantearse cuestiones existenciales, que pueden desembocar en el cambio drástico de metas individuales, la ruptura de una prolongada convivencia en pareja o la reorientación de los objetivos de un colectivo.

El actual proceso de rebelión contra la tiranía, que llevan a cabo los pueblos musulmanes norteafricanos pidiendo libertad parece imparable, por muchos compatriotas que masacre Muamar el Gadafi y el resto de gobernantes iluminados. Pero no está tan claro el concepto de democracia que podría eclosionar si finalmente triunfan las revueltas, como ha sucedido en Egipto. Hay que esperar. La Conferencia Islámica ya estipuló en su día lo que debe ser una democracia y unos derechos humanos –ojo- “islámicos” en su Declaración teocrática que somete la humanidad a la Sharia islámica. ¿Puede haber verdadera democracia sin una libertad religiosa y por tanto de pensamiento que subyacerá en las leyes? Son muchos los que piensan que la democracia es incompatible con el Islam. Este salto histórico que estamos viviendo puede que se quede muy corto.