
Pero, claro, quienes no están de acuerdo con los políticos o con el régimen que imponen los gobernantes tienen a su alcance el mismo arma, que al ser de doble dirección -y por tanto de doble filo- permite no solo que la masa sea destinataria de mensajes políticos, sino también que los usuarios del sistema emitan un unísono y masivo desacuerdo capaz de levantar a todo un país. Lo empezamos a ver en las revueltas de Ucrania, Moldavia, Birmania, incluso Irán, antes de las más recientes de Túnez y Egipto. Y algunos conatos se están dando ya en Jordania y Argelia. Internet ha comenzado a ser la principal herramienta para conseguir movilizaciones rápidas e informaciones instantáneas sobre represiones de estas revueltas. Paralelamente, también han aparecido nuevas formas de represión y censura por parte del poder, como la clausura de Twitter y el apagón de telefonía móvil por el gobierno de Mubarak, que ha encendido más si cabe a los sufridos egipcios. Es un nuevo e imprevisto escenario de batalla digital con armas insospechadas hace poco, de las que todavía falta mucho desarrollo, con un futuro incierto. Ahora pienso, por ejemplo, que el paulatino pero firme paso de China hacia el capitalismo incentivará un también paulatino deseo democrático de su población. Ojala sea verdad esta “paulatinidad”, no quiero imaginar a mil millones de chinos convocándose por redes sociales para cambiar de golpe su política. Y esto lo sabe bien el estado chino, que impone serias restricciones en Internet.
Pero si se fijan, lo único que sigue siendo clásico son las formas de reprimir las manifestaciones, una vez convocadas en la blogsfera, porque los palos y los tiros no los dan por Facebook precisamente. Hace falta ser inmovilistas.
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