Durante estos días en los que el horizonte es engullido por el velo impenetrable de la niebla, es cuando el calendario parece converger con el tiempo que realmente le corresponde, dando fin a esa generosa prórroga otoñal que se ha jugado con veinte grados. Diciembre es por fin el diciembre de verdad, el que despide el año por penaltis entre sones de campanas y aromas de mariscos, el tiempo de los balances e inventarios, la frontera de intenciones nuevas y antesala de esperanzas lejanas. Diciembre es esa barrera psicológica que genera nuevos cómputos para sustituir las fracasadas andanzas de un año en el que nuestra empresa no se levantó, o no conseguimos trabajo, o no adelgazamos o no dejamos de fumar. Y la niebla de diciembre es como la versión meteorológica de ese borrón y cuenta nueva que traerá cuando levante –esperamos siempre- la visión nítida de renovados paisajes iluminados por el ensueño que siempre acompaña a los nuevos ciclos.
Lo que ocurre es que la pertinaz niebla de este diciembre de 2011 (porque no solo las sequías son pertinaces, como diría el NODO) amenaza con no despejar suficientemente el panorama social y económico que nos espera a la vuelta de navidades. En este momento pienso que las sombras frías que han ido cayendo en forma de datos y cifras a medida que el invierno se adueñaba del almanaque parecen vaticinar un largo y sombrío 2012, como si todos sus días tuvieran algo de bisiestos, pues este es el efecto que producen las realidades patentes de los túneles sin fin y los paisajes quemados cuando se nos habían anunciado ya finales luminosos y brotes verdes. Es difícil que con las políticas restrictivas que sufriremos el desempleo remita; por contra, es muy probable que el fantasma de una nueva recesión emerja nuevamente de estas nieblas invernales. Las titubeantes bases puestas estos días en Bruselas, caso de ser efectivas a largo plazo, no evitarán la inercia destructiva que venimos padeciendo, como la lengua final de un tsunami que todavía alcanza y anega zonas que se creían a recaudo. Y la cumbre de Durban sobre el cambio climático tampoco servirá para disipar la niebla fétida de los gases venenosos, por lo que seguiremos bajo un invernadero infecto hasta sabe Dios cuándo.
Como no podemos bajarnos de ese enorme péndulo de Foucault que no sabemos cuándo iniciará su oscilación inversa, mi consejo es que disfrutemos estos días de la niebla física de diciembre, la de verdad, esa que trae envueltos aromas de torreznos y jolgorios de matanzas; la que se disipa con luces de colores y se rasga con sones de villancicos, la que se alza como un visillo a modo de telón dejando ver un belén con Merkel de “caganet”. Las navidades están ahí, disfrutemos en la medida en que podamos porque no está en nuestra mano eliminar ninguna de las nieblas que han caído sobre nosotros como castigo bíblico.
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