Lo que en nuestro tiempo
presente hemos entendido por clase media está bastante alejado de los
parámetros sociológicos que nacieron a partir de la Revolución Industrial. Cuando
Karl Marx escribió El Capital era un grupo pequeño de población entre las
grandes masas trabajadoras y las oligarquías burguesas. Sin embargo, a finales
del siglo XIX, cuando Max Weber expone sus teorías, es el principal grupo
económico de los países desarrollados de Europa.
En nuestras vivencias cotidianas, la clase
media ha estado formada por una horquilla social ciertamente amplia: quienes no
eran obreros sin cualificar ni tampoco aristócratas o ricos de cuna capaces de
vivir holgadamente de rentas. Así, empleados con trabajo estable, mandos
intermedios de empresas, funcionarios, profesionales y titulados varios han
constituido durante décadas el sustento real de la economía. Trabajadores
normales con capacidad de ahorro y posibilidad de planificar una vida sin
sobresaltos que, al mismo tiempo, impulsara para la siguiente generación la
esperanza cierta de mejores perspectivas debido a los avances sociales y de la
tecnología.
Estas perspectivas son precisamente las que
se están yendo al garete, y con ellas la propia clase media según la
entendíamos hasta ahora. La aberración de ese 50% de paro juvenil vaticina la
desaparición de ese segmento socioeconómico. Circula por ahí un estudio de la
prestigiosa consultora Icsa que pone de manifiesto la creciente polarización
que se está produciendo entre los que ganan muchísimo (más de 80.000 € anuales)
y los que ganan cada vez menos (sueldo inferior a 20.000 € brutos al año). El
año que acaba de finalizar ha incrementado de media un 7% el sueldo de los
directivos y ha mermado en torno a un 6%
el de esa llamada clase media, que además sustenta estoicamente las
crecientes cargas fiscales, la carestía de los servicios y sufre los embates de
la precariedad y la insuficiencia. La citada consultora señala a la Reforma
Laboral como causante principal de este fenómeno.
El status social del que
gozaba un médico, un ingeniero, un
periodista o un profesor hace seis años está desapareciendo velozmente:
paro, medias jornadas, trabajos temporales, subempleo, cuando no emigración al
extranjero; y lo mismo se podría decir del resto de integrantes de aquella
antigua clase media estable, que hoy solo aspira a sobrevivir aceptando la
marginalidad y los servicios públicos que se le ofrecen, absolutamente
devaluados. Estamos ante un estamento social que se diluye como un azucarillo
para convertirse en una verdadera subclase sin expectativas. Lo malo de todo
esto es que la recuperación que se atisba será a costa de zaherir aún más los
cimientos de esas masas de ciudadanos cada vez más empobrecidas; una galopante
clase media-baja (en poder económico), pero cualificada educativa y socialmente
es un fracaso estrepitoso para cualquier sociedad, pero parece que es un
fracaso invisible, en todo caso eclipsado por un crecimiento rácano del 0,3%. Si
esto es para sacar pecho en el despacho oval, que se pare esto, que yo quiero
bajarme. ¿Me acompañan?
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