jueves, 22 de mayo de 2014

Inquina


 

 
 
 
 
     Montserrat González, la presunta autora confesa del asesinato de Isabel Carrasco, presidenta de la Diputación de León, manifestó como desencadenante del crimen la “inquina personal”, generada durante varios años por el trato dispensado a su hija. Este hecho me ha hecho recordar mucho otro episodio muy parecido que ocurrió hace siete años en Fago, pequeño pueblo del Pirineo aragonés, donde el alcalde Miguel Grima fue asesinado con una escopeta de postas a manos de su vecino Santiago Mainar, por idéntico sentimiento de aversión. Aunque ambas víctimas ostentaban cargos públicos, en el caso de Fago, su asesino era además rival político, cosa que no sucede con el de León, ya que eran correligionarias. Por tanto, la motivación política no es el principal desencadenante en estos crímenes, donde la relación meramente personal, irreconciliable y generadora de inmenso odio es la que posibilita esa liberación patológica que lleva al acto violento.

     La inquina y el odio son sentimientos humanos que han existido siempre, no hace falta que el Génesis nos hable de Caín. Además, es una de las emociones más inútiles: a todos nos habrá pasado alguna vez en mayor o menor medida albergar pensamientos insultantes y hasta deseos de perjuicios contra alguien, ya sea conocido (por ejemplo, ese vecino de 4º B) o ajeno (el del altercado de tráfico en la rotonda). Da igual; se tiende a pensar que al odiar estamos haciendo daño al otro, cuando el otro ni se cosca. A quienes hacemos daño es a nosotros mismos, sobre todo cuando ese sentimiento se arraiga y se mantiene en el tiempo, lo cual nos desequilibra y daña nuestra mente, imposibilitándonos para mantener una conducta coherente. Hasta aquí llegaría lo normal en la inquina, es decir, “pecar de pensamiento”. Lo que ya hay que analizar más despacio son los casos en los que esos meros proyectos vengativos emocionales se llevan a la práctica como único escape para romper esa presión, porque realmente es así y el criminal en cierto modo se siente aliviado tras su acción. La personalidad del agraviado es determinante, y no necesariamente ha de ser un psicópata, sólo se trata de cómo reprime cada uno sus odios. Santiago Mainar manifestó en el juicio que lo condenó a veinte años: “prefiero que me acusen de dar muerte a un tirano antes que ampararlo políticamente y de resignarme como ciudadano”. Es muy posible que Montserrat González piense exactamente igual.

     Hemos dicho que en la mayoría de nosotros la inquina nos la comemos, es anónima; pero ahora existe la posibilidad de hacerla pública y multiplicar así sus efectos. Facebook, por ejemplo te invita a ello a cada instante (“¿qué estás pensando?”). Se está viendo que para algunos las redes sociales representan una válvula de escape para sus odios que de otra forma no pueden eliminar, y puede inducir a quien lo lee a albergar los mismos sentimientos. Ahora se comparte todo, lo bueno y lo malo. Es un importante daño colateral, pues asistimos realmente a una globalización del odio y de la inquina.

 

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