Seguramente los lectores más veteranos
recuerden con nitidez los escándalos de Hiconsa Renta y Sofico, allá por el
tardofranquismo, donde al amparo del boom del ladrillo costero, miles de
inversores perdieron sus ahorros al confiar en esos entramados financieros que
prometían altas rentabilidades gracias al dinero seguro que representaba el
turismo. Años más tarde Rumasa tuvo que ser intervenida por el Estado ante la
gigantesca proporción que empezaban a tomar las graves irregularidades
contables de las empresas de Ruiz Mateos (personaje novelesco que finalmente
estafó en su ancianidad a otros tantos miles de incautos con su “Nueva
Rumasa”).
Este es el país del tocomocho, y se cuenta
que ya en el siglo XIX Baldomera Larra (hija del eximio escritor don Mariano
José) fue pionera en el timo financiero con sus negocios prestamistas,
embaucando a un montón de cándidos ciudadanos. Siempre han medrado los ingenieros
del fraude, que tras una apariencia emprendedora y atractiva, han arrastrado a
legiones de estafados que trataban de aprovecharse también de intereses que a
veces doblaban los que podía ofrecer un mercado bancario normal. La gente no ve
ni parece importarle lo que hay detrás de estos negocios, verdaderos mirlos
blancos para sus inversiones. Ahí tenemos, más cercanos en el tiempo, los escándalos
piramidales de Fórum Filatélico y Afinsa, por no hablar de Gescartera y otros
fiascos.
Con la experiencia que debía suponer para
las autoridades monetarias este historial de sablazos colectivos y con la existencia de potentes organismos
reguladores, a muchos nos extraña sobremanera que no se haya detenido todavía
la nómina de ciudadanos que pierden sus ahorros, no ya en chiringuitos
financieros revestidos falsamente de
rectitud y legitimidad, sino confiando sus capitales a entidades con solera y bancos como Dios manda. Porque
esto ha sucedido hace nada con las encerronas
de las participaciones preferentes ofrecidas por muchas cajas de ahorros a sus
clientes de toda la vida; con las acciones de Bankia y, por último, con el
Banco Popular, que llegó a ser considerado el más rentable del mundo, pero donde sus 300.000
accionistas actuales, grandes y chicos, han perdido todo su dinero invertido. ¿Para
qué sirven entonces las auditorías del Banco de España, si no advierten que una
entidad puede quedarse sin liquidez de un día para otro? Los famosos y exigentes
“tests de stress” del Banco Central Europeo tampoco detectan los desajustes que
pueden llegar en breve plazo a suspensión de pagos, pues son superados como un
estudiante que aprueba con chuleta en los exámenes y pasa de curso impunemente.
Mucha parafernalia de control, mucha regulación y supervisión, pero contémosle esta milonga a los accionistas
del Popular a ver qué nos dicen. ¿Por qué nadie les avisó? ¿Estaría orquestada
la solución subrepticia (venta por un euro) y no convenía levantar la liebre? Lo que está claro es que quienes conocían lo que se avecinaba retiraron a tiempo sus depósitos y paquetes de acciones. A
decir del Gobierno, el desenlace de esta crisis bancaria demuestra “la solidez
del sistema bancario español”. Mentira. También escuchamos esa frase poco antes
del rescate bancario que nos costó más de 60.000 millones de euros. Al final
van a tener razón quienes solo confiaron en el colchón, la baldosa o la teja
vana.
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