miércoles, 14 de junio de 2017

Fiascos financieros:el país del tocomocho



     Seguramente los lectores más veteranos recuerden con nitidez los escándalos de Hiconsa Renta y Sofico, allá por el tardofranquismo, donde al amparo del boom del ladrillo costero, miles de inversores perdieron sus ahorros al confiar en esos entramados financieros que prometían altas rentabilidades gracias al dinero seguro que representaba el turismo. Años más tarde Rumasa tuvo que ser intervenida por el Estado ante la gigantesca proporción que empezaban a tomar las graves irregularidades contables de las empresas de Ruiz Mateos (personaje novelesco que finalmente estafó en su ancianidad a otros tantos miles de incautos con su “Nueva Rumasa”).

   Este es el país del tocomocho, y se cuenta que ya en el siglo XIX Baldomera Larra (hija del eximio escritor don Mariano José) fue pionera en el timo financiero con sus negocios prestamistas, embaucando a un montón de cándidos ciudadanos. Siempre han medrado los ingenieros del fraude, que tras una apariencia emprendedora y atractiva, han arrastrado a legiones de estafados que trataban de aprovecharse también de intereses que a veces doblaban los que podía ofrecer un mercado bancario normal. La gente no ve ni parece importarle lo que hay detrás de estos negocios, verdaderos mirlos blancos para sus inversiones. Ahí tenemos, más cercanos en el tiempo, los escándalos piramidales de Fórum Filatélico y Afinsa, por no hablar de Gescartera y otros fiascos.

   Con la experiencia que debía suponer para las autoridades monetarias este historial de sablazos colectivos  y con la existencia de potentes organismos reguladores, a muchos nos extraña sobremanera que no se haya detenido todavía la nómina de ciudadanos que pierden sus ahorros, no ya en chiringuitos financieros revestidos falsamente de  rectitud y legitimidad, sino confiando sus capitales a entidades  con solera y bancos como Dios manda. Porque esto ha sucedido hace nada  con las encerronas de las participaciones preferentes ofrecidas por muchas cajas de ahorros a sus clientes de toda la vida; con las acciones de Bankia y, por último, con el Banco Popular, que llegó a ser considerado el  más rentable del mundo, pero donde sus 300.000 accionistas actuales, grandes y chicos, han perdido todo su dinero invertido. ¿Para qué sirven entonces las auditorías del Banco de España, si no advierten que una entidad puede quedarse sin liquidez de un día para otro? Los famosos y exigentes “tests de stress” del Banco Central Europeo tampoco detectan los desajustes que pueden llegar en breve plazo a suspensión de pagos, pues son superados como un estudiante que aprueba con chuleta en los exámenes y pasa de curso impunemente.
      Mucha parafernalia de control, mucha regulación y supervisión,  pero contémosle esta milonga a los accionistas del Popular a ver qué nos dicen. ¿Por qué nadie les avisó? ¿Estaría orquestada la solución subrepticia (venta por un euro) y no convenía levantar la liebre? Lo que está claro es que  quienes conocían lo que se avecinaba retiraron a tiempo sus depósitos y paquetes de acciones. A decir del Gobierno, el desenlace de esta crisis bancaria demuestra “la solidez del sistema bancario español”. Mentira. También escuchamos esa frase poco antes del rescate bancario que nos costó más de 60.000 millones de euros. Al final van a tener razón quienes solo confiaron en el colchón, la baldosa o la teja vana.

       

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