miércoles, 21 de junio de 2017

Nación de naciones



Con intención de documentarme sobre el cansino “problema catalán”, he recurrido a mi biblioteca, desempolvando después de más de treinta años el tratado de Jean Touchard “Historia de las ideas políticas”. También he contrastado diversas opiniones más recientes de pensadores, estadistas y políticos al respecto para tratar de afianzar un criterio propio. ¿Qué es realmente una nación? La definición que más me ha llamado la atención es: “una nación es lo que los nacionalistas creen que es una nación”. El aforismo se debe a filósofo Roberto Augusto, que continúa: “El nacionalismo es una religión política. Sus seguidores son creyentes en una “nación” que sólo existe en sus mentes. “Cataluña” o “España” son mucho más plurales y ricas que la visión simplificadora que los nacionalistas tienen de ellas. Esta naturaleza irracional del nacionalismo es lo que hace tan difícil un diálogo con sus partidarios”.
   Pero el caso es que se suele buscar mayor apoyo a esto de la nación, y se cita el territorio, la historia, la lengua, la tradición… premisas con las que podía ser perfectamente  una nación, por ejemplo,  el Val de Xálima, al norte de Extremadura: mañegos, valverdeiros y lagarteiros solo tienen que desarrollar unas sencillas estrategias de adoctrinamiento y propaganda para conseguirlo. Tras  la definición simplista y estereotipada que dio Pedro Sánchez en el debate de primarias del PSOE al ser inquirido por Patxi López, el ya flamante secretario general socialista ahora ha impuesto en el congreso de su partido el concepto de “nación de naciones”, una especie de rizado de rizo con el que contentar al mayor número posible de futuros votantes por la izquierda y el nacionalismo para sus proyectos de nueva mayoría parlamentaria. ¿Qué naciones? ¿La nación riojana o la murciana, o también la extremeña? Este engendro conceptual y semántico no tiene parangón, ni siquiera en estados ampliamente descentralizados: ni los estados de la unión americana, ni los cantones suizos ni los lands alemanes reciben el apelativo de naciones, y muchos socialistas saben que esto es un camelo, pero los antiguos críticos parecen estar en estado catatónico y asumen un “laissez faire” para mostrar por inacción una ilusoria unidad en el “nuevo PSOE”.
 Yo creo que tanto las ideas perdurables como las políticas de un partido serio nunca pueden estar supeditadas a la oportunidad de un momento histórico determinado. Y en este caso nos encontramos con un ideario oportunista claramente influenciado por otras formaciones, para facilitar un “encaje” diferente -de los que más chillan- al que consagra el título 2 de la Constitución: “la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”. Si allí se habla de nacionalidades y regiones es en sentido cultural para incidir en la diversidad. El concepto de “nación de naciones”, por el contrario, marca distancias en el ámbito jurídico-político, y se infieren unos nuevos sujetos políticos propios de la soberanía de los Estados. Querer reformar la Constitución para incluir estos transcendentes matices es más gordo de lo que Sánchez piensa, cegado con llegar al poder por la vía rápida: la de alianzas contra-natura ante la quimera de ganar unas elecciones.
   En fin, voy a tomarme un vino de pitarra con torta del Casar, productos nacionales. Hagamos patria, que está de moda.

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