Kathryn Schulz en su libro “En defensa
del error” presenta un ensayo sobre el arte de equivocarse acuñando el término
“errorología” o estudio de los errores, donde desmenuza teorías varias sobre las consecuencias que se derivan
del hecho de equivocarse. Claro es que el enfoque de la autora va más en la
dirección del error personal que del desliz colectivo o decisión política pifiada,
donde suele haber menos campo para la rectificación.
La intención de autorizar el establecimiento
de una mina a cielo abierto para la extracción de litio en el paraje de
Valdeflores, en la zona más agreste y virgen que aún conserva la ciudad de
Cáceres podría ser, ahora que estamos a tiempo, una buena ocasión para aplicar
esa heurística propuesta por Schluz que pondere pros y contras, que aclare
certezas e incertidumbres, que evalúe beneficios y perjuicios y que sopese si
los riesgos son asumibles. Nada de esto se hizo, por ejemplo, en la
construcción del complejo de lujo de Valdecañas, modificando la Ley del Suelo y
aprobando un PIR que se han demostrado ilegales. Y ahora ¿lo tiramos? O el caso
mucho más cercano geográficamente, el Residencial Universidad autorizado en
suelo protegido e igualmente declarado ilegal, que no se demolió al modificarse
ad hoc el plan de urbanismo. La Junta de Extremadura se equivocó en ambos casos
y la umbría de la Montaña se quedó para los restos parcialmente degradada.
Esa degradación puede multiplicarse de forma exponencial si finalmente
la maquinaria pesada irrumpe en la zona (junto a la ZEPA Llanos de Cáceres y
Sierra de Fuentes) para abrir un cráter descomunal, efectuar trescientas
perforaciones con evidente riesgo de afectación y esquilma de acuíferos,
eliminando vegetación autóctona y desfigurándose un espacio de varias
hectáreas, por donde actualmente discurren rutas verdes para el disfrute de la
Naturaleza (que el propio Ayuntamiento promovió) o, en fin, usando metales
pesados y productos altamente tóxicos a unos centenares de metros del que se
pretende icono de la salud de la comarca: el nuevo Hospital y, paradójicamente,
las instalaciones de la Consejería de Medio Ambiente. También del campus
universitario, el Centro de Mínima Invasión…
Es obligado aclarar qué beneficios revertirían
a la ciudad en contraprestación por este deterioro irreversible, porque la
concesionaria es de capital foráneo: ¿unas decenas de puestos de trabajo? Si con las minas de Aldea Moret hace siglo y
medio Cáceres inició un incipiente desarrollo y consiguió el ferrocarril, con
las de Valdeflores puede debilitar ahora definitivamente su proyección de
ciudad sostenible y Patrimonio de la Humanidad. Demostrado está que la
Administración no puede –no debe- usar el mantra del desarrollo para interpretar sesgadamente los niveles de
protección otorgados a los territorios
variando drásticamente su destino. Y los extremeños nos seguimos preguntando
por qué el desarrollo regional tiene que depender siempre de centrales
nucleares, refinerías de petróleo, conatos de almacenes radiactivos o minas de
litio al mismo tiempo que se presume de ser pioneros en espacios protegidos.
Entonar nuevamente el mea culpa ante errores indefendibles no avalaría aquí en
positivo el arte de equivocarse.
Donde no se quieren minas, no se permiten catas.Estamos en alto riesgo.
ResponderEliminarEfectivamente, no hay que bajar la guardia. Las decisiones políticas se tienen que sustanciar en hechos, y de momento las máquinas siguen ahí.
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