miércoles, 30 de marzo de 2022

Лист з Маріуполя (Carta desde Mariúpol)

 

        Hola, soy Andryd, tengo 17 años y no me dejan combatir. Desde mi camastro, en el húmedo sótano que nos sirve ahora de alcoba, se escucha desde hace rato el trajín de mi madre, Svitlana,  en la estancia contigua; creo que está pelando dos palomas que logré capturar ayer en el bulevar Shevchenka, cerca de los almacenes Port City, hoy destruidos por las bombas y saqueados por la población.


Las preparará en la barbacoa que antes usábamos en los días de campo en el pantano de Sedinovka. Mi padre se llamaba Oleksandr y murió la semana pasada en el Teatro del Drama bajo los escombros tras el bombardeo ruso. Había ido a llevar comida a mis tías Yaryna y Lavra que se refugiaban allí por las noches. Lo hemos enterrado en el jardín que había delante del bloque de viviendas que albergaba nuestra casa, pero de las tías no se ha encontrado rastro. A mi madre no le gusta, pero algunas veces subo al piso (es peligroso porque falta un tramo de escaleras en el quinto y hay que descolgarse por donde estaba el ascensor) y siempre encuentro alguna cosa útil. Ayer encontré pilas para la linterna y mi diario, que pienso continuar ahora, como hizo Ana Frank.

    ¡Cuánto han cambiado las cosas! Parece que llevamos años en esta situación, pero a principios del mes pasado yo cogía el autobús todas las mañanas para ir al Conservatorio con mi violín. Junto a la parada había un quiosco y un puesto de venta de flores, y durante el trayecto me gustaba mirar la gran noria en movimiento del parque de atracciones. Las calles estaban llenas de gente deambulando por las avenidas, entrando en las tiendas o detenidas pacientemente en las aceras esperando el semáforo para cruzar. En las calles que van al sur olía ya a pescado y salitre. Ahora el humo lo invade todo, huele a combustible quemado, por otros lugares a excrementos desde que no hay agua y, ya en las afueras, otro hedor del que prefiero no definir su procedencia. Tengo los dedos casi congelados y no me aseo desde hace semanas. No sabemos qué va a pasar, los rusos ya controlan algunos barrios. No hay internet ni cobertura, ni sitios para cargar el móvil.


  Me han dicho que ahí en España andan ustedes revueltos porque la luz está cara, pero tienen luz. Que la gasolina está por las nubes, pero tienen gasolina. Y coches. Y carreteras. Que los transportistas se quejan, pero hay cosas que transportar.  En sus supermercados hay de todo, aquí solo se encuentran ya productos caducados. Pueden ir al parque a pasear, al campo a hacer deporte, al inodoro, al médico, al fútbol. Pero piensen que de la noche a la mañana pueden empezar a comer palomas callejeras y gatos, a dormir bajo tierra y a poner una cazuela en la calle para obtener agua si llueve. Valoren lo que tienen y no dramaticen tanto sus situaciones de estrechez. Lo estrecho y lo dramático es otra cosa. Cuídense.

Andryd.

 

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