jueves, 9 de junio de 2016

El vuelo del Parnassius



     El Parnassius apollo es un bello lepidóptero ocelado que vuela exclusivamente en las cumbres más altas de nuestras serranías. La fascinación por las mariposas es una de esas aficiones paternas heredadas por haber participado como ayudante durante la niñez en las más arduas tareas de campo: las que suponían patear riberas, cruzar ejidos y ascender a lomas en busca de ejemplares que luego eran disecados en el estudio entomológico.


Pero jamás logré avistarla, a pesar de haberlo intentado con fruición por las estribaciones más elevadas de Gredos, donde tuvieron lugar gran parte de nuestros veraneos. El Parnassius se convirtió así en una especie de Santo Grial jamás encontrado, en el paradigma mítico de mi búsqueda insatisfecha, que solo encontraba placentero resarcimiento en los sueños adolescentes e incluso adultos como sucedáneo freudiano de mis deseos irrealizados.

     Estos días estoy teniendo oportunidad de rememorar y retomar aquella inútil búsqueda que quedó naufragada hace casi cincuenta años, pues una estancia en el Pirineo me está permitiendo transitar por altitudes proclives al hábitat ancestral de mi totémica obsesión infantil.
He visto con gozo al Charaxes jassius y me he transportado mentalmente a los madroñales frondosos de las Villuercas.  He divisado meliteas y “amazonas”, de vuelo esquivo y planeador, recordando que disputaban las piedras emergentes de las perfumadas gargantas de la Vera a la presencia transparente de las libélulas. Y los papilios se mecen en el viento frenético del Pirineo haciendo tintinear sus colas, como experimentadas cometas libres de la esclavitud de su cordel, pero son comunes en las vertientes de Gredos igual que briznas multicolores emanadas del Pinajarro. Ni rastro del Parnassius, del que me conformaría con la captura sin muerte de su imagen fotográfica, una vez superada la ambición coleccionista de vitrinas y alfileres. La he rastreado sin éxito en el macizo andorrano de Casamanya; he oteado infructuosamente las proximidades nevadas del  Pic de l’Estanyó y las laderas de las Valls de Comapedrosa. Nada.


    
Los teóricos del crecimiento personal afirman que en la vida debe haber siempre un necesario poso de insatisfacción, como esos dietistas que aconsejan irse a la cama con algo de hambre. Después de todo, no es tan malo que nuestras expectativas nunca se colmen completamente, pues así la existencia sigue disponiendo de alicientes para continuar esa gratificante búsqueda de  esperanzas, renovándose automáticamente anhelos y empeños como potentes motores de nuestra actuación. Para que pueda surgir lo posible es preciso intentar una y otra vez lo imposible, afirmaba Hermann Hesse. Me marcho de las cumbres pirenaicas con una extraña sensación ambivalente, mezcla de fracaso atávico y añoranza reforzada por la pedagogía que supone saber que siempre quedan en la vida consecuciones pendientes.
  
   No he logrado presenciar el vuelo majestuoso del Parnassius, pero he descubierto que un sueño dura toda una vida; tal vez quede aún bastante del niño que fui y que todos llevamos dentro sin percibirlo conscientemente, y esto debe constituir una garantía de ilusiones en los años postreros que el destino nos reserve.

No hay comentarios :

Publicar un comentario