El Parnassius
apollo es un bello lepidóptero ocelado que vuela exclusivamente en las
cumbres más altas de nuestras serranías. La fascinación por las mariposas es
una de esas aficiones paternas heredadas por haber participado como ayudante
durante la niñez en las más arduas tareas de campo: las que suponían patear
riberas, cruzar ejidos y ascender a lomas en busca de ejemplares que luego eran
disecados en el estudio entomológico.
Pero jamás logré avistarla, a pesar de haberlo intentado con fruición por las estribaciones más elevadas de Gredos, donde tuvieron lugar gran parte de nuestros veraneos. El Parnassius se convirtió así en una especie de Santo Grial jamás encontrado, en el paradigma mítico de mi búsqueda insatisfecha, que solo encontraba placentero resarcimiento en los sueños adolescentes e incluso adultos como sucedáneo freudiano de mis deseos irrealizados.
He
visto con gozo al Charaxes jassius y
me he transportado mentalmente a los madroñales frondosos de las
Villuercas. He divisado meliteas y “amazonas”, de
vuelo esquivo y planeador, recordando que disputaban las piedras emergentes de
las perfumadas gargantas de la Vera a la presencia transparente de las
libélulas. Y los papilios se mecen en
el viento frenético del Pirineo haciendo tintinear sus colas, como experimentadas
cometas libres de la esclavitud de su cordel, pero son comunes en las
vertientes de Gredos igual que briznas multicolores emanadas del Pinajarro.
Ni rastro del Parnassius, del que me
conformaría con la captura sin muerte de su imagen fotográfica, una vez
superada la ambición coleccionista de vitrinas y alfileres. La he rastreado sin
éxito en el macizo andorrano de Casamanya; he oteado infructuosamente las
proximidades nevadas del Pic de
l’Estanyó y las laderas de las Valls de Comapedrosa. Nada.
Los teóricos del crecimiento personal
afirman que en la vida debe haber siempre un necesario poso de insatisfacción,
como esos dietistas que aconsejan irse a la cama con algo de hambre. Después de
todo, no es tan malo que nuestras expectativas nunca se colmen completamente,
pues así la existencia sigue disponiendo de alicientes para continuar esa gratificante
búsqueda de esperanzas, renovándose automáticamente anhelos y empeños
como potentes motores de nuestra actuación. Para que pueda surgir lo posible es
preciso intentar una y otra vez lo imposible, afirmaba Hermann Hesse. Me marcho
de las cumbres pirenaicas con una extraña sensación ambivalente, mezcla de
fracaso atávico y añoranza reforzada por la pedagogía que supone saber que
siempre quedan en la vida consecuciones pendientes.
No he logrado presenciar el vuelo
majestuoso del Parnassius, pero he descubierto
que un sueño dura toda una vida; tal vez quede aún bastante del niño que fui y que
todos llevamos dentro sin percibirlo conscientemente, y esto debe constituir una
garantía de ilusiones en los años postreros que el destino nos reserve.
No hay comentarios :
Publicar un comentario