Una cosa es que a alguien se le escape una apreciación privada o más o menos íntima a un interlocutor cercano cuando cree que está cerrado el micrófono, pero sin ánimo de hacer partícipe a la concurrencia, como le pasó, por ejemplo, a Esperanza Aguirre con aquello del "hijoputa", o cuando trascendió que a Zapatero le hacía falta un hervor en economía con aquellas famosas "dos tardes" que necesitaba para ponerse al día.
Pero otras veces el desliz no es tal, porque se trata de una frase o argumentación emitida perfectamente consciente de la apertura de micrófonos y del regocijo que tales palabras (como las del señor León de la Riva, alcalde de Valladolid) van a causar en su auditorio, en este caso, de un grupo de acólitos y lameculos especialistas en reir las gracias del alcalde como si de seguidores de Hugo Chávez se tratara. Ante las burlas inadmisibles en fondo y forma vertidas sobre una persona, en este caso mujer, y que ha cosechado la repulsa de las féminas de su propia formación política, no cabe sencillamente decir ahora como si tal cosa que han sido unas declaraciones "desafortunadas". Por esa regla de tres podría abrirse peligrosamente la veda del insulto y comenzar todos -con perdón- a cagarnos en los muertos de todo quisqui amparándonos en esa coletilla del infortunio en la expresión. Ya está suficientemente deteriorada la imagen de los políticos. No. Actitudes que no se llevan hace mucho tiempo y que ha costado superar no pueden estar de forma permanente (como parece que es el caso de este sujeto) en el repertirio verbal de un servidor del pueblo. Fuera.
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