martes, 24 de mayo de 2011

Cavernícolas


     Tenía que comprarme unos zapatos, de forma que me dirigí al centro comercial, donde en poco espacio sé que hay varios establecimientos del ramo. Ya frente al primer escaparate escruté brevemente el panorama ¡vaya precios!; pero en una esquina divisé una cartela más o menos adaptada a mi presupuesto. El zapato no era muy bonito que digamos, pero tampoco es que yo tuviera una idea estética preconcebida para este artículo, al fin y al cabo los zapatos solo son para andar con ellos y basta que no hagan daño. Entré y pedí mi número. Me estaban bien. Y los compré. Zapatos comprados en siete minutos, y a otra cosa, mariposa.
    ¿Suelen ustedes ir de compras acompañados de sus respectivas esposas o parejas? Porque yo tengo que encontrar una tarde en la que no tenga otra cosa que hacer, es decir, disponer de unas cuatro horas libres: para unos pantalones primero hay que recorrer una decena de tiendas, pero solo para mirar y llevarte cada vez al probador cinco piezas; me quito, me pongo, lo dejo todo por ahí, con lo dobladitos que estaban. Que si te hace más tripa, que si te arrastran, que si métete las manos en lo bolsillos, que si date la vuelta. Te estaban mejor los de allí abajo. Para allá vamos. Pero de este color ya tienes los del traje; y además son diez euros menos. Otra vez para arriba…
    Siempre me han parecido un poco pedestres las teorías que tratan de explicar comportamientos humanos fundamentados en estereotipos con un substrato científico pobre. Al menos yo estudié psicología en una facultad poco dada a dar crédito a reminiscencias filogenéticas como base de la conducta. Sin embargo he de reconocer que los estudios de David Lewis, en virtud de los cuales los hombres siguen siendo cazadores y las mujeres recolectoras cuadra muy bien en esta faceta del comportamiento, que además suele darse en especies humanas de todas las latitudes. El instinto que me impulsa a acercarme con sigilo al escaparate, identificar en solitario mi presa y cazar finalmente los zapatos es diametralmente opuesto a la práctica de “ir de compras” femenina, actividad gratificante en sí misma incluso antes de la elección del producto, donde atesoran bolsas de todo tipo en esas desesperantes batidas de recolección con la Visa echando humo. Y algo de cierto, finalmente, debe haber en todo esto, pues los estudios de mercado y el marketing contemplan con éxito esta diferenciación de estilos por sexos a la hora de segmentar los productos y establecer ofertas. Va a ser verdad que el dichoso mercado aprovecha nuestra escasa evolución sacando tajada de una condición cavernícola que todavía no hemos logrado superar.

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