Decía Albert Schweitzer, premio Nobel de la paz en 1952, que con veinte años todos tienen el rostro que Dios les ha dado; con cuarenta el rostro que les ha dado la vida y con sesenta el que se merece. Mi hijo menor (aun con rostro divino) acaba de regresar de un festival de música rock que se ha celebrado en Portugal durante varios días, y he tenido oportunidad de asistir en casa a la parafernalia previa, donde en los preparativos suelen tener un especial protagonismo las madres. No te olvides de llevar el móvil. Mira, aquí te meto el cargador y en este lado de la mochila la pomada para las picaduras, que en la tienda hay muchos bichos. Y la crema protectora, que os ponéis al sol como tontos. Toma más dinero por si te ves apurado. Ah, la tarjeta de crédito también, y guarda bien el billete de vuelta que has sacado por Internet, llámanos y dinos cómo te va...
Es inevitable volver la vista atrás treinta y tantos años cuando los que se iban de marcha éramos nosotros. Qué poco había que preparar. Con lo puesto salíamos y regresábamos. Escogíamos el medio de locomoción más barato que había entonces, donde no era preciso sacar billete anticipado. En auto-stop recorrimos cientos de kilómetros apostados durante horas al tórrido sol de las cunetas tratando de buscar acomodo en algún 127 que nos aproximara al destino. Hubo días cuyo único menú fue una lata de calamares en su tinta y un bollo de pan. Las dormidas siempre eran improvisadas aventuras: en el zaguán de la casa del cura del pueblo; y hasta en el interior de la caja de cartón de un frigorífico. Uno era un “sin techo” voluntario que no precisaba auxilio social alguno. Y nadie estaba indignado por ello.
Es posible que, en función de la cita de Schweitzer, mi rostro se aproxime ya al que merezco, pero creo que espacio y tiempo han mudado su dimensión en el corto intervalo de una generación, y de alguna manera esto debe reflejarse en la manera de afrontar la vida. Se ha perdido bastante el componente de aventura que siempre debe aderezar la existencia. Estar en contacto con el mundo muchas veces dependía de si había una cabina de teléfono cerca y monedas para echarle, que esa era otra. Móvil e Internet permiten ahora vivir en tiempo real, pero los sentimientos a veces requieren diferir sus manifestaciones para fortalecerse, como cuando esperábamos con anhelo durante días carta de la novia. Los tiempos cambian muy deprisa, han traído muchos avances pero en cierto modo todo es ahora mucho más previsible, es como ir al cine a ver una película de la que siempre conoces el final.
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