En el verano de 2006 Plutón
dejó de ser considerado planeta. Entonces escribí: “este pequeño astro, feliz
colega desde 1930 de venerables gigantes como Júpiter y Saturno, ha sido
despojado de su alcurnia planetaria y rebajado en sus funciones hasta hacerlo
desaparecer de aquella lista emblemática, como un equipo que desciende de
categoría en los despachos tras el fallo inapelable de un juez único; como el
comandante degradado a cabo primero tras un consejo de guerra precipitado y
sumarísimo”.
Entonces, cuando se acuñó el
término de “planeta enano”, comentaba que yo siempre me identifiqué con Plutón,
pues me he encontrado cómodo perteneciendo a grupos o sistemas de algún empaque,
pero manteniéndome alejado de vanidades o petulancias. Me gusta que me conozca
en profundidad solo quien tenga verdadero interés en acercarse, y en este
sentido casi siempre me he rodeado de amistades plutonianas, con una visión
afín del universo social. Hace una década atravesaba un cierto bache existencial
y me sentía un poco como Plutón:
desplazado más allá de las lejanas fronteras del reconocimiento y el
aprecio, como si deambulara perdido fuera del cinturón de Kuiper junto a otros
vulgares asteroides. Para mí fueron tiempos de jueces implacables con licencia
para crear nuevas categorías al amparo de una pedante ambición innovadora;
cuando la edad te va creando dificultad para amoldarte a los cambios, notamos
que nuestros esquemas se descolocan.
Hoy estoy feliz de que, más de
nueve años después, la nave New Horizons se haya acercado lo suficiente a
Plutón para desvelar sus cualidades, su verdadera imagen y características, de
las que ahora todos hablan. Plutón, ese enano, ha vuelto a ser durante unos
días un gigante en las pantallas de la NASA, el centro de la información
científica mundial rememorando los tres cuartos de siglo en los que fue rotundo
colofón de nostálgicos estribillos escolares, los que compartieron con Wamba y
Don Rodrigo la ultimidad gozosa de aquellas retahílas que ponían a prueba la
memoria en cualquier materia o asignatura, desde los diez mandamientos hasta el
sistema periódico. Y coincidiendo con ello mi atmósfera también se ha aclarado
es este tiempo, mis traslaciones son más conocidas y exactas aunque no
pertenezca de hecho a un grupo de planetas caracterizados por la ostentación y
el desdén. Como Plutón, he buscado mi propia órbita –retirada pero cómoda- que
percibo ya despejada de basura cósmica. Las cenizas de Clyde Tombaugh,
descubridor de Plutón en 1930, han viajado en la sonda norteamericana durante
nueve años y medio y vagarán por el Universo más allá del sistema solar todavía
un puñado de años. Me da una gran paz pensar en ello.
Así he deseado siempre
que sean mis pensamientos, mis conceptos de las cosas: libres, abiertos, no
importa que alejados. En estas tórridas noches de julio, donde me es dado mirar
largamente el firmamento estrellado, me sorprendo en un sentimiento de
agradecimiento. Gracias, Plutón. Me has enseñado muchas cosas y para mí nunca
serás enano.
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