
Ahora bien, ¿ese cambio de sistema consiste
solo en promulgar nuevas leyes? Parece que no. Por ejemplo, mañana hará treinta
años que se implantó en España el IVA, y sin embargo el fraude en este impuesto
se calcula que supera los 15.000 millones de euros anuales. ¿Quién no le ha
dicho con toda naturalidad al taller o al albañil “me podías quitar el IVA”? Con
esa misma naturalidad los suegros de Francisco Granados le dijeron a la Guardia
Civil que el maletín con un millón de euros encontrado en su domicilio podía
ser del fontanero.
Solo hay una diferencia cuantitativa entre casos, pero el
germen del problema es el mismo. Por eso también me hacen un poco de gracia los
partidos “limpios” que exhiben esa especie de pureza de sangre medieval, pues
el grado de su limpieza solo puede atribuirse a que son neófitos en cargos
públicos, y se les podía decir aquello de “no sois un hermoso copo de nieve
individual. Estáis hechos de la misma materia orgánica corrompible que todos
los demás, y todos formamos parte del mismo montón de abono”, que dijera el polémico
novelista Chuck Palahniuk, autor de El
club de la lucha.
A mí me parece que existen ya muchas leyes
que castigan a los corruptos, pero no tantas que impidan que se delinca. El
código penal se aplica mucho más que el código ético que debe imperar en las
sociedades, y esto, en efecto, es un grave problema del sistema. Sí. El sistema
es el que ha posibilitado que políticos se corrompan ocupando las más altas
instancias económicas internacionales. O que clanes familiares se convirtieran
en mafias globalizadas a golpe de mordida.
O que tesoreros evadan a Suiza las
comisiones de “donantes”; o que servidores públicos esnifaran cocaína a cargo del dinero para los
parados. Y todo eso ha pasado habiendo leyes. La regeneración democrática que
ahora llevan en su ideario todos los partidos es un pastiche de lo que haría
falta, pero reconozco que vamos estando viejos para revoluciones y cambios de
sistema. Lo de año nuevo vida nueva sigue siendo una quimera.