Las noches albergan posibilidades
múltiples, muchas veces contradictorias. La noche normalmente está concebida
para descansar de la actividad diurna y entregarse a la necesaria recarga
biológica del sueño. Pero también admite la posibilidad de postergar la
somnolencia y usar esas horas para finalidades diversas, como la diversión en
estas fechas de cenas de empresa, con amigos o familiares.
La percepción del tiempo en una noche viene
determinada por el grado de satisfacción de la actividad que se desarrolle
durante la misma. Todos hemos usado alguna vez la expresión “una noche larga”
para referirnos a situaciones de angustia o incomodidad: las que se pasan en el
hospital asistiendo a un enfermo;
peor aún, las del velatorio, donde a la falta
de sueño y descanso se une la tristeza propia de una situación dramática.
También pueden ser noches largas las que siguen a una jornada electoral como la
del domingo, donde las cábalas y quinielas inciertas llenan las horas hasta el
alba. O, en sentido positivo, la de desenfreno que pasaron hace dos días los
agraciados con “el gordo”.
Las
noches, por tanto, pueden ser largas y además tristes, como aquella en la que
Hernán Cortés fue derrotado por los aztecas y expulsado de Tenochtitlan. Se
dice que en la “noche triste” el conquistador extremeño lloró la pérdida de su
ejército junto a un árbol, cuyo gran tronco
seco todavía se conserva en Ciudad de México.
Noche triste también es la del
tango de Carlos Gardel de este título, con sus rasgadas estrofas: “cuando voy a
mi cotorro / y lo veo desarreglado / todo triste, abandonado, /me dan ganas de
llorar; /. El domingo fue noche triste, aunque casi nadie lo manifestó, en prácticamente
todas las sedes políticas, ya que pocas fuerzas
alcanzaron sus expectativas. Así la definió, por ejemplo, EH Bildu al quedarse
en la tercera parte de lo que era. Tampoco fue alegre precisamente para IU al
quedar reducidos a la mínima expresión parlamentaria; ni por supuesto para UPyD
y Unió, que han puesto fin a sus respectivas trayectorias representativas. Pero
este año ha habido noches mucho peores, mucho más tristes y largas como la del 13
de noviembre en la sala Bataclan de París.
Por eso, como ya estamos bien
servidos de noches tristes y largas, siempre han existido fechas emblemáticas
en todas las culturas cuya celebración se pierde –precisamente- en la noche de
los tiempos. El guarismo que marca hoy el calendario tiene un apellido que
invita a la concordia y el consuelo de nuestros allegados; al disfrute sano y
el olvido de miserias; al aparcamiento de fracasos y exaltación de momentos
gozosos. Esta noche debe ser la de las botellas medio llenas y no medio vacías.
La de los proyectos de futuro y no
lamentos del pasado. Yo nunca he pertenecido a esa facción resentida y censuradora
que odia la Navidad; creo que la tradición tiene un fondo constructivo si se
sabe ver sin despecho. Por eso aquí me atrevo a desearles Feliz Nochebuena.
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