A principios del siglo pasado fue una gran noticia la invención del
automóvil que revolucionaría los esquemas del transporte hasta entonces; igualmente
la creciente industrialización, que
proporcionó mayor nivel de vida a las masas trabajadoras, conformando en pocas
décadas una sociedad distinta. Nadie podía imaginar que la factura de tales
avances se comenzaría a pagar por parte de sus descendientes un siglo y medio
después. Como en esas ofertas “disfrute
hoy y pague el año que viene”.
Pues bien, los niveles de dióxido de carbono en
la biosfera ya son un tercio superiores a los que presentaban en la época de la
Revolución Industrial, y han comenzado a
vencer los plazos del desarrollismo en forma de un deterioro medioambiental que
está alcanzando niveles más que preocupantes, y además da la sensación de que
todas las acciones que se emprendan para evitarlo llegan demasiado tarde. La
tecnología siempre ha adolecido de ser esclava de la inmediatez, y pocas veces
se ha pensado en los efectos a largo
plazo. Hasta hace poco se pensaba que reduciendo sustancialmente las emisiones
de CO2 se tardaría otro siglo en
recuperar los equilibrios perdidos.
Pero ya se da por hecho que el daño es
demasiado grande y, como mínimo, hemos de acostumbrarnos a un planeta dos
grados más caliente: a algunos esa cifra parecerá no muy significativa, pero
tendrá una repercusión enorme sobre el clima, la flora, la fauna, las
corrientes marinas, los deshielos árticos, las tormentas, los incendios… No se
trata de un alarmismo semejante a la película de Roland Emmerich “The day after
tomorrow” porque son procesos al largo plazo, pero el ser humano es ciego
cuando los problemas no afectan directamente a la generación presente. La
Humanidad siempre ha sido insolidaria con el futuro, se ha pensado
poco en las consecuencias venideras empleando la máxima de Albert
Einstein "no pienso nunca en el futuro porque llega muy pronto".
Ya solo alcanzamos a minimizar daños. El
planeta lleva cuatro décadas siendo consciente del peligro que corre, pero sin
ponerse de acuerdo en los antídotos, desdeñando lo renovable y sostenible. El
protocolo de Kyoto fue tardío e incompleto, y también fracasó la cumbre de la
Tierra de Río de Janeiro en el 92. Por norma los países más industrializados y
otros gigantes como China han incumplido sus compromisos de emisión de gases
efecto invernadero por el coste económico que conlleva adoptar los protocolos.
En la actual cumbre de París parece que se respira un ambiente más optimista en
relación al grado de compromiso, si bien muchos seguimos siendo escépticos. En
plena época de concienciación, acuérdense del reciente fraude de Volkswagen con
millones de coches contaminantes escamoteados a las autoridades.
Mientras los dirigentes del mundo se ponen
de acuerdo, ¿qué podemos hacer individualmente? ¿ir en bicicleta en lugar de en
coche? Es una opción testimonial. Ante la irreversibilidad del deterioro, otra
sería respetar y disfrutar en lo posible de lo que queda de un mundo que
nuestros tataranietos conocerán de otra manera. Yo ya lo hago.
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