Durante mis ya lejanos estudios de Pedagogía era obligada la lectura de
autores que a lo largo del tiempo habían expuesto sus paradigmas con respecto
al desarrollo del niño y su socialización, tomando como base diferentes teorías
filosóficas o psicológicas. Por ejemplo, entonces estaba muy de moda la
epistemología genética del suizo Jean Piaget con sus famosas fases de
desarrollo del conocimiento; y también gozaban de bastante prestigio los
postulados del ruso Lev Vygotski sobre la psicología del desarrollo basada en
la interacción social. Sin embargo, pocas obras me impactaron tanto como
“Emilio” de Jean-Jacques Rousseau, adelantado a su tiempo y precursor e inspirador,
no solo de las ideas de la Revolución Francesa, sino de un montón de cosas relacionadas
con el pensamiento moderno.
La Naturaleza era un libro abierto para todos los
ojos, según Rousseau. En sus “Confesiones” decía: “en aquella profunda y
deliciosa soledad, en medio de los bosques y a las aguas, oyendo el concierto
de los pájaros, compuse en un continuo
éxtasis el quinto libro de “Emilio”. De hecho, en el concepto de educación
roussoniana tiene gran peso el desarrollo de los niños de acuerdo con la Naturaleza, entendida en su
doble sentido de medio ambiente y maduración natural y espontánea del ser
humano, que debe sortear la alteración que suponen las opiniones y las
costumbres.
Dirán ustedes que a qué viene toda esta parafernalia teórica. Pues es
que he desarrollado una tardía afición al senderismo y observo con preocupación
que los integrantes de los distintos grupos por norma tienen de cuarenta años
hacia arriba. Pero eso también pasa en el Ateneo o en cualquier presentación de
libros, inauguraciones de exposiciones, mesas redondas y debates varios. Podría
suceder que los jóvenes se sienten mejor desarrollando todas estas actividades
sin la presencia de adultos. Pero no. No hay grupos senderistas de jóvenes ni
centros culturales juveniles ni debates para jóvenes, ni se les ve en
certámenes ni centros de interpretación. Es un tema de discusión recurrente que
la socialización de los niños y jóvenes cada vez está más alejada de estas cosas,
pues los intercambios sociales crecientemente se centran en redes cibernéticas
y grupos de whatsapp. Internet ha anulado la relación “a pelo” y han pasado a
la historia gran parte de las aventuras que nosotros experimentamos a su edad:
excursiones, viajes en auto-stop a distintas comarcas de nuestra geografía para
conocer sitios, fiestas, folklore…
Recientemente la Unesco ha distinguido al
geoparque Villuercas-Ibores-Jara como patrimonio mundial. Me da mucha pena que
nuestros jóvenes no sepan qué es un geoparque, qué recursos tiene, cuál fue allí la evolución de la Tierra o qué
parajes y sitios singulares contiene para desarrollar infinidad de actividades
educativas y formativas en plena Naturaleza.
Pero en fin, la esperanza de vida actual posibilita que se empiece a
valorar todo esto con 40 años o más, y que sean siempre aficiones tardías, como
en mi caso. Perece que no se puede forzar la inercia de los intereses. Nunca es
tarde.
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