“La France est en guerre”. Esta frase,
pronunciada por François Hollande en Versalles ante las cámaras, me pareció en
principio una grandilocuencia, una mera expresión justificativa ante su pueblo
que trataba de poner de manifiesto el
dolor de toda Francia ante la barbarie. Pero pocos días después he comprendido
que la palabra guerra fue empleada en toda su prístina dimensión, al ver a ochenta
mil gargantas inglesas entonar la Marsellesa en Wembley. La guerra que venía ya
está aquí. Una guerra atípica; el campo de batalla donde uno puede caer es la
panadería, la terraza de un bar, el partido del domingo, la fiesta en la
discoteca, el simple paseo por una acera de tu ciudad.
Estamos ante una guerra no convencional
con un enemigo invisible que no solamente reside en una lejana tierra donde hay
que ir a combatirle, sino que también puede resultar ser el repartidor de
periódicos o el empleado del taller de la esquina. Y para estas guerras nunca
nos hemos preparado. Desde las Torres Gemelas, pasando por el 11-M y los
atentados de Londres, se están librando una serie de batallas psicológicas que
son las más fáciles de perder, porque cuando se instala el miedo en la
sociedad, el enemigo tiene mucho terreno ganado. El martes se suspendió el
partido Bélgica-España, las medidas de seguridad se multiplican y esto implica
aumentar exponencialmente el gasto; los cambios constitucionales implicarán
pérdida de derechos. Y el turismo ya se empieza a resentir en las bolsas
internacionales. En definitiva, la psicosis debilita anímica e incluso
económicamente, uno de los objetivos cumplidos de los terroristas. Mientras
tanto, los ingresos del EI (Estado Islámico) aumentan con el pago de rescates en secuestros, el contrabando
de petróleo y los peajes de los refugiados, negocio redondo últimamente. Tal
vez esto es lo primero que habría que combatir. Es una guerra en la que el
enemigo actúa como un hacker que siempre se anticipa a los antivirus: si los
extremistas residentes en Europa ven cortada su posibilidad de viajar a Oriente
para recibir adiestramiento, son aleccionados vía Internet por medio de chats y
videojuegos sin salir de su habitación, como hacia Julio Verne con sus viajes.
La tentación de aniquilar militarmente al EI
es comprensible, pero tras el 11-S los Estados Unidos atacaron ferozmente
Afganistán, y hoy existen más talibanes que antes. Los yihadistas son como una
hidra que además reproducirá sus miembros mutilados a distancia.
La Nobel de la paz iraní Shirin Ebadi dice que
al EI solo se le puede combatir con ideas. En el punto al que hemos llegado esto
me parece ingenuo: ¿qué ideas? ¿quién puede inducir a esos bárbaros a
interpretar el Corán de otra manera? Y la resignación pacifista de Gandhi (“mi arma mayor es la plegaria muda”) tampoco arregla las
cosas. No parece haber más salida que emplear viejos métodos y esperar nuevas
consecuencias. Nueva o vieja, como dijo Juan Pablo II, “la guerra
siempre es una derrota de la Humanidad”.
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