Me inquietan las opiniones que inciden en un
cambio de sistema para acabar con la corrupción. Quienes hemos crecido en un
sistema somos reacios al cambio. Me suelen inquietar porque seguramente tienen
razón. A todos nos alarman aquellas aseveraciones a priori contrarias a
nuestras convicciones, pero que horadan peligrosamente los cimientos de
conceptos que creíamos fijos y válidos. Javier Cercas ya me hizo reflexionar
cuando dijo que “la corrupción no nos la hemos inventado nosotros, (...);
existe desde que el mundo es mundo: los seres humanos somos así. El problema,
por tanto, no son los corruptos: el problema es el sistema que no impide o que
alienta la corrupción; hay que cambiar a las personas, pero antes hay que
cambiar el sistema. Lo difícil no es cambiar a los mangantes por personas
decentes, sino impedir que las personas decentes se conviertan en mangantes”.
Ahora bien, ¿ese cambio de sistema consiste
solo en promulgar nuevas leyes? Parece que no. Por ejemplo, mañana hará treinta
años que se implantó en España el IVA, y sin embargo el fraude en este impuesto
se calcula que supera los 15.000 millones de euros anuales. ¿Quién no le ha
dicho con toda naturalidad al taller o al albañil “me podías quitar el IVA”? Con
esa misma naturalidad los suegros de Francisco Granados le dijeron a la Guardia
Civil que el maletín con un millón de euros encontrado en su domicilio podía
ser del fontanero.
Solo hay una diferencia cuantitativa entre casos, pero el
germen del problema es el mismo. Por eso también me hacen un poco de gracia los
partidos “limpios” que exhiben esa especie de pureza de sangre medieval, pues
el grado de su limpieza solo puede atribuirse a que son neófitos en cargos
públicos, y se les podía decir aquello de “no sois un hermoso copo de nieve
individual. Estáis hechos de la misma materia orgánica corrompible que todos
los demás, y todos formamos parte del mismo montón de abono”, que dijera el polémico
novelista Chuck Palahniuk, autor de El
club de la lucha.
A mí me parece que existen ya muchas leyes
que castigan a los corruptos, pero no tantas que impidan que se delinca. El
código penal se aplica mucho más que el código ético que debe imperar en las
sociedades, y esto, en efecto, es un grave problema del sistema. Sí. El sistema
es el que ha posibilitado que políticos se corrompan ocupando las más altas
instancias económicas internacionales. O que clanes familiares se convirtieran
en mafias globalizadas a golpe de mordida.
O que tesoreros evadan a Suiza las
comisiones de “donantes”; o que servidores públicos esnifaran cocaína a cargo del dinero para los
parados. Y todo eso ha pasado habiendo leyes. La regeneración democrática que
ahora llevan en su ideario todos los partidos es un pastiche de lo que haría
falta, pero reconozco que vamos estando viejos para revoluciones y cambios de
sistema. Lo de año nuevo vida nueva sigue siendo una quimera.
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