En cierto hospital valenciano han
descubierto que se agilizan exponencialmente las listas de espera citando a los
pacientes de algunas especialidades en grupos, en lugar de individualmente,
donde además se pide el consentimiento informado. La pérdida de la
individualidad está llegando a la sanidad, con “charlas” en las que ya todos los pacientes somos
iguales y no parecen tener mayor relevancia los niveles de riesgo, tratamientos
diferenciados, patologías anteriores, edad o impresiones y dudas que solo
podrían ser solventadas confidencialmente en una consulta individual con el
especialista.
Pertenezco a una
generación que todavía alcanzó a practicar “ejercicios espirituales” y recuerdo
que ya en esos estadios aperturistas postconciliares se generalizaron las
“confesiones colectivas” que evitaban al cura el tedio de recibir en el
confesionario uno a uno a todos los ejercitantes; es como si el concepto de
pecado hubiera sucumbido también ante el empuje de la masa que nos igualaba ya
en una especie de rasero uniforme convirtiéndonos en una suerte de pecador-tipo
que no merecía siquiera el distingo de la penitencia.
Como vemos, el interés en interactuar con
las colectividades en lugar de hacerlo con los individuos es algo antiguo e
imparable que ya está llegando a donde no debía. Esta propensión se ha
manifestado claramente en el mundo de la economía –y no digamos de la moda-
donde hace tiempo que se pasó de satisfacer
necesidades de compradores unitarios a crear tendencias artificiales a
las que indefectiblemente se adhieren las masas de consumidores sin rechistar,
hasta el punto de que es considerado socialmente un bicho raro quien no sigue a
pies juntillas los parámetros de este consumismo dirigido. No somos ya personas,
somos “segmentos” del mercado con unos gustos y necesidades uniformes donde no
tiene ninguna trascendencia lo individual, lo distinto o irrepetible. Y claro,
la ciencia ha venido en apoyo de todo esto: la Psicología, que surgió precisamente
centrada en las diferencias individuales, se fortaleció más tarde en su
vertiente colectiva para estudiar los comportamientos grupales y ver por qué
los individuos se contagian de la conducta de la masa sin cuestionarse nada.
Ante esta evidencia, ciertos pensadores –no solo Freud en su “Psicología de las
masas”- fueron vaticinando un proceso de uniformización social que convertiría
la cultura en algo mediocre, como Nietzsche; y no digamos Ortega y Gasset con
su desolador perfil del hombre-masa anónimo, carente de autoestima, conformista,
pasivo y sin criterio intelectual. Comprobamos con resignación que la sociedad
solo nos trata individualmente cuando nos perjudica, como en las multas y
sanciones, o en esos despidos bis a bis saltándose el convenio colectivo que
nos ampara.
Y somos conscientes de que perdemos la esencia de la individualidad
engullidos por el grupo con este afán universalizado de pretender que seamos
todos iguales. Por eso valoramos tanto que se nos trate personalmente, no solo
en una consulta médica, porque añoramos el encanto perdido de la individualidad
y anhelamos escapar de esa tarifa plana borreguil que pretenden aplicarnos. Por
eso aprecio un montón a los bichos raros.
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