jueves, 14 de enero de 2016

Consultas colectivas



     En cierto hospital valenciano han descubierto que se agilizan exponencialmente las listas de espera citando a los pacientes de algunas especialidades en grupos, en lugar de individualmente, donde además se pide el consentimiento informado. La pérdida de la individualidad está llegando a la sanidad, con “charlas”  en las que ya todos los pacientes somos iguales y no parecen tener mayor relevancia los niveles de riesgo, tratamientos diferenciados, patologías anteriores, edad o impresiones y dudas que solo podrían ser solventadas confidencialmente en una consulta individual con el especialista.  
Pertenezco a una generación que todavía alcanzó a practicar “ejercicios espirituales” y recuerdo que ya en esos estadios aperturistas postconciliares se generalizaron las “confesiones colectivas” que evitaban al cura el tedio de recibir en el confesionario uno a uno a todos los ejercitantes; es como si el concepto de pecado hubiera sucumbido también ante el empuje de la masa que nos igualaba ya en una especie de rasero uniforme convirtiéndonos en una suerte de pecador-tipo que no merecía siquiera el distingo de la penitencia.
     Como vemos, el interés en interactuar con las colectividades en lugar de hacerlo con los individuos es algo antiguo e imparable que ya está llegando a donde no debía. Esta propensión se ha manifestado claramente en el mundo de la economía –y no digamos de la moda- donde hace tiempo que se pasó de satisfacer  necesidades de compradores unitarios a crear tendencias artificiales a las que indefectiblemente se adhieren las masas de consumidores sin rechistar, hasta el punto de que es considerado socialmente un bicho raro quien no sigue a pies juntillas los parámetros de este consumismo dirigido. No somos ya personas, somos “segmentos” del mercado con unos gustos y necesidades uniformes donde no tiene ninguna trascendencia lo individual, lo distinto o irrepetible. Y claro, la ciencia ha venido en apoyo de todo esto: la Psicología, que surgió precisamente centrada en las diferencias individuales, se fortaleció más tarde en su vertiente colectiva para estudiar los comportamientos grupales y ver por qué los individuos se contagian de la conducta de la masa sin cuestionarse nada.
Ante esta evidencia, ciertos pensadores –no solo Freud en su “Psicología de las masas”- fueron vaticinando un proceso de uniformización social que convertiría la cultura en algo mediocre, como Nietzsche; y no digamos Ortega y Gasset con su desolador perfil del hombre-masa anónimo, carente de autoestima, conformista, pasivo y sin criterio intelectual. Comprobamos con resignación que la sociedad solo nos trata individualmente cuando nos perjudica, como en las multas y sanciones, o en esos despidos bis a bis saltándose el convenio colectivo que nos ampara.
Y somos conscientes de que perdemos la esencia de la individualidad engullidos por el grupo con este afán universalizado de pretender que seamos todos iguales. Por eso valoramos tanto que se nos trate personalmente, no solo en una consulta médica, porque añoramos el encanto perdido de la individualidad y anhelamos escapar de esa tarifa plana borreguil que pretenden aplicarnos. Por eso aprecio un montón a los bichos raros.

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