Desde que tenemos uso de razón democrática, pocas veces hemos asistido a una coyuntura electoral tan alejada de nuestro interés como la que se nos viene encima. Casi nunca se había puesto de manifiesto esa distancia entre el político y el ciudadano, y jamás ha sido tan claro el uso peyorativo de la expresión “clase política”.
El desapego de la sociedad hacia sus representantes es un hecho medible demoscópicamente. Quizá
no sea este el lugar parara analizar las causas por las que esta generación de
políticos se está demostrando absolutamente incapaz, no solo para lograr
acuerdos de gobierno, sino simplemente de trenzar discursos lógicos, cultos y
educados, por encima de la diferencia ideológica. Contrariamente, el uso de la
descalificación gruesa y el insulto se presentan como poderosos catalizadores
–intencionados o no- del desacuerdo y el enfrentamiento. Lejana queda aquella
oratoria que adornó en otras épocas el parlamentarismo español, como la de
Emilio Castelar o Manuel Azaña. La zafiedad lingüística y los más bajos
propósitos se esconden detrás de alusiones que solo generan distanciamiento:
¿qué posibilidad de acuerdo existe entre Podemos y PSOE tras la acusación de
Pablo Iglesias a Felipe González de tener las manos “manchadas de cal viva?”.
Hay
quien piensa que el talante, el lenguaje y las maneras de los representantes
electos son fiel reflejo de la propia sociedad, y esta es una suposición
demoledora. Es muy lícito que existan políticas fraguadas en acampadas callejeras, pero estas no
deberían justificar el tono mitinero y faltón de ciertas actitudes una vez
llegados al Congreso. Esta confrontación tosca ha llegado no solo a las
injuriosas jergas parlamentarias, sino a nuevos foros que permiten idéntico
objetivo con 140 caracteres y faltas de ortografía. ¿Qué grado de cohesión
patriótica puede existir entre las dos mayores formaciones nacionales, cuyos
líderes se dedican ante millones de telespectadores perlas como: “usted no es
decente” y “usted es ruin, mezquino y miserable”?Sirve de poco reconocer después que se han equivocado. Y si luego de todo esto hay pactos y acuerdos, casi peor; porque habrán convertido la política en una patraña.
En un artículo ya clásico de Umbral titulado “el arte de insultar”,
donde considera al insulto como un género literario que se inicia con Quevedo, relata
que Solchaga llamó en la Cámara a diputados del PP “caraduras, sinvergüenzas y
malnacidos”, y estos al ministro “chulo, enano y sinvergüenza”. Pues en esa
seguimos, con pocos cambios, dando validez a aquella aseveración de Luis
Cernuda cuando dijo que “España es un país de cabreros, joder”. Es más, los
partidos siguen situando en sus portavocías a aquellos ejemplares más cerriles
y lenguaraces, con mayor capacidad dialéctica
para zaherir al contrario o para testimoniar esa posición vetista del “no es
no”.
Como yo no creo en esa política, y pienso que la sociedad tampoco es la
que quieren que creamos, manifiesto mi firme intención de no ver un solo debate
ni resúmenes de mítines a tiempo tasado,
esa selección diaria de exabruptos. Ahí se quedan sus señorías.
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