La intención y el acto de marcharse, con independencia de la realidad que se pretenda abandonar siempre implica un fracaso, unas veces imputable al propio fugitivo por su inadaptación, y otras muchas veces para el colectivo que se quiere dejar; también hay ocasiones en las cuales la culpa es muy difusa, como cuando un adolescente se marcha del hogar, pues habría que analizar en qué grado de intransigencia incurre la familia y en qué medida es censurable la rebeldía del joven. Suele existir una cierta reminiscencia infantil, ese “pues ahora me voy” a la hora de no enfrentarse a la realidad y afrontar situaciones incómodas; es un amago que trata de reafirmar posiciones débiles ante coyunturas que se perciben como amenazantes. Recuerdo que Gila también dijo una vez que se iría de España si ganaba el PP.
Imanol Arias, implicado en los “papeles de
Panamá” ya ha dicho que se marchará de España “como esto siga así”. ¿Seguir
cómo? ¿Persiguiendo o investigando a los defraudadores? Algunos no parecen
haberse enterado de que es exactamente así como deben seguir las cosas. La
bolsa de defraudación fiscal sigue
siendo demasiado grande y de su afloramiento y corrección depende que nos
apretemos menos el cinturón ante los insaciables requerimientos de Bruselas.
Creo que ya hizo lo mismo Gerard Depardieu tras un escándalo fiscal en Francia
y se ha hecho ruso con pasaporte y todo. La desfachatez de todos estos
personajes que estamos conociendo que antes de marcharse de España -de
boquilla- ya han enviado sus cuentas a paraísos fiscales como avanzadilla no
merece comparación con las razones que tuvieron en otras épocas muchos de sus
compatriotas que se vieron forzados a marcharse de verdad para no perecer o ir
a la cárcel: los más de 200.000 exiliados de la Guerra Civil o el millón de
emigrantes que salió de España en los años sesenta del siglo XX empujados por
la miseria y las precarias condiciones de vida.
Aquella triste emigración afectó a mano de
obra sin cualificación. Pero es mucho más triste la que estamos conociendo en
nuestros días, la sangría de jóvenes formados y titulados que vemos marchar
fuera por la falta de expectativas y oportunidades. El 84% de la población
entre 16 y 24 años tiene asumido que su futuro lo ve fuera de España, y esto ya
no es una amenaza infantil, sino la resignada constatación de una realidad
nacional vergonzante. Puede que las nuevas generaciones, que han vivido una
coyuntura más globalizada, hayan interiorizado eso de ser ciudadanos del mundo
y no les suponga un drama o un estigma tener que abandonar el suelo patrio,
como nos pasaba a nosotros, que el día del sorteo de los quintos se ponían
discos dedicados “para que le tocara a España” y no al Sahara o a Melilla.
Pero
esta nueva diáspora de cerebros es una evidencia clara de que las políticas
económicas están fracasando. A nadie extrañe que siga habiendo indignados. La
indignación siempre parte del fracaso.
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